Capítulo 3.

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Abrí los ojos lentamente. Me encontraba tumbada, pero yo sabía que no era mi cama. Era como una especie de asiento, grande, de terciopelo. Estaba totalmente a oscuras. Extendí mis brazos hacia los lados y noté una tela. La habían puesto allí y de esa manera a modo de tienda de campaña. Me incorporé y descubrí que estaba en un coche, y que no llevaba el pijama con el que (creo) recordar que me acosté. Ahora llevaba unos shorts negros, una camiseta anudada al ombligo de manga tres cuartos y mis converse negras. Pero seguía sin saber qué hacía en ese coche. El coche era espacioso, recubierto de un suave terciopelo negro, ancho, y largo. Conmigo no se encontraba nadie más, solos yo, el coche, y una lata de refresco. Y un bocadillo. Recordé que tenía hambre. "Buenos días", escuché delante de mí, la voz venía del asiento del conductor. Reconocí la voz; era mi padre. "¿De dónde había sacado este coche (maravilloso, por cierto)?", pensé. Pero no pregunté nada, ya era bastante con pedirle explicaciones de por qué estabamos allí, y hacia dónde ibamos o hacia dónde me llevaba).

- Papá, ¿adónde vamos? - le pregunté con el ceño fruncido. Nunca me ha gustado ser una chismosa, pero en este caso se trataba de nosotros.

- De vacaciones. - se limitó a responder. Sabía que estaba mintiendo, es pésimo, al igual que yo. De tal palo, tal hastilla. Se le notaba en la mirada que estaba preocupado.

- ¿Adónde nos vamos?

- A... Londres. - dijo apurado. ¡¿Qué?! ¡¿A Londres?! ¿Nada más que a Londres? Quiero decir, sí, había soñado toda la vida con irme a Londres, pero que nos vallamos sin avisar y encima a una semana de que empezara primero de bachiller, me parecía un poco de ser un capullo. - No me contestes, tengo que hablar con el del camión por el teléfono. - añadió. Pero no me podía quejar. ¡De vacaciones a Londres! Estaba deseando coger ese avión.  

Pero había algo que no me cuadraba. Mi padre no me ha llevado nunca de vacaciones, ni siquiera un finde, y mucho menos a una semana del comienzo de las clases, y ahora parecía que se había vuelto loco o por lo menos algo le faltaba en esa cabeza. O sólamente la había dado un venazo. ¡Pero para qué comerse la cabeza pensando! ¡Me voy de vacaciones! Huy, y otra cosa, ninguno de los dos tenemos ni puta idea de cómo hablar inglés... Bueno, yo un poco, de lo que aprendo en el instituto, que si no... Pero creo recordar que allí tenemos un amigo... Mejor dicho, TENGO un amigo, y su padre conoce al mío por eso. Y si no me falla la memoria, se llama Liam. Liam James y no sé qué más. Lo que pasa es que no vive en Londres. Vive en Wolverhampton. Es un chico muy agradable, pero a lo mejor es un poco mayor para mí (aunque a mí eso me importa menos que nada), pues es dos años mayor que yo. A estas alturas debe de tener...  diecinueve años o así, contando con que los cumple el veintinueve de agosto. Es un chico muy agradable. También es castaño, de ojos marrones y bastante alto. Tengo que plantearme ir a visitarle en cuanto lleguemos para ver si se acuerda de mí. Y para saludar a sus hermanas. Y probablemente tenga novia.

De tanto pensar me quedé dormida. Es que soy tan vaga, que cuando pienso mucho se me agota la energía (y tambén la paciencia)... La verdad, se estaba a gusto en ese asiento, tan calentito, y suave, y... me agoto. Serían como... las diez de la mañana cuando me dormí. No sabía a qué hora cogeríamos el vuelo y tampoco me importaba mucho, ya se ocuparía mi padre de eso. A dormir.

- Paula... Venga Paula, despierta...- oí una voz que no estaba precisamente en mis sueños. "Mierda", pensé, creo que ya hemos llegado al aeropuerto. Estaba tan bien soñando con las calles mojadas y el ambiente húmedo de Londres, que no me apetecía moverme del coche. Pero es mejor vivirlo que soñarlo, ¿no? A si que, de un impulso rápido, bajé del auto ("de-papá-nos-iremos-a-pasear", y nunca mejor dicho) y cogí mis maletas. Vaya, si que tengo ropa. Cuatro maletas llenitas de cosas de mi pertenencia para sólo una semana. "Espero que no me falte ropa", pensé sonriendo exteriormente y riéndome a carcajada suelta interiormente. Que vaya cosa más tonta, pero bueno. 

Arrastramos las maletas hasta el interior, donde las facturamos y pasamos por la cinta esa que te ve si llevas algo con lo que supuestamente puedas asesinar a alguien. Lo más peligroso que podría llevar una mujer (o una adolescente, que también me sirve) son tacones de aguja. Nos calzamos nuevamente y pasamos por unos controles de esos para ver si llevas una llave con la que puedas rajar la cabeza al primero que pilles. No sé para qué hay tantos controles si nada de lo que sueles llevar es peligroso.

 Nos quedamos sentados, esperando a que las azafatas llamaran al vuelo que se supone que debería ser el nuestro. Y por fin, después de una espera de cuarenta y cinco minutos, llamaron a los vuelos. "Qué emoción, la-la-la, cuánto trasto tenemos ya", canturreé en mi cabeza, después de hechar una ojeada a las maletas (nuevamente). Nos dirigimos hacia la pista. Nunca había visto un cacharro tan grande en toda mi vida. "Eso va a volar, tendrá plumas", fue mi primera impresión. Y no, no tiene ni una, es todo metal. ¿Has visto algo que vuele menos que el metal?

- Venga, papá, no te quedes atrás. - le dije subiendo por las escaleras, viendo cómo contemplaba el aparato este llamado avión. Se había quedado tan o más sorprendido que yo. 

Asientos número diez y once. Cuanto más alante mejor. Esos asientos me recordaron a los del "coche nuevo". Colocamos nuestras bolsas de mano en la parte de arriba, en una balda, y nos sentamos. Unas azafatas se colocaron a la larga del avión e hicieron una especie de señalizaciones (aunque no sé si esa palabra existe) y no pude hacer otra cosa más que aguantar la risa. Sentí un furte ruido sordo y el suelo empezó a vibrar. Por fin. El avión despegó y yo me dormí, sintiendo cómo una mujer se acercaba hasta nuestro asiento. No pude ver bien, por que estaba cerrando los ojos, pero sabía que mi padre estaba dormido. 

PólvoraWhere stories live. Discover now