25. Galope.

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El viaje no pudo ser más tenso e incómodo, pero después de dos horas llegamos. Me estaciono frente a una cabaña rústica, de un tamaño normal. No se compara en nada con el tamaño de la enorme casa de los Russell, y sonrío. Es del tamaño adecuado. Es perfecta. Tiene dos pisos y un techo de color rojo oscuro. Está rodeada de flores silvestres, y tiene un pasillo exterior en donde hay una banca mecedora.

Veo que Alex rodea la casa y desaparece de mi vista. Yo, por instinto, lo sigo, preguntándome si no vamos a saludar a los dueños de la casa. Al rodear la casa, veo todo con asombro. Hay un rebaño de ovejas, un ganado, un enorme granero rojo al fondo como el del viejo McDonald y un establo, con cercados circulares que asumo deben usarse para practicar equitación. Sin contar los enormes y bellísimos campos verdes que rodean todo el lugar, y el sol que brilla reflejado en el pasto. Algunas personas circulan por el lugar, encargándose de los animales. Estoy anonadada.

Alcanzo a Alex en uno de esos circuitos de equitación. Se encuentra parado a un lado de la cerca, mirando hacia el interior con una sonrisa casi maléfica.

—Alex—lo llamo.

—Te propongo algo—dice de repente.

Frunzo el ceño. ¿Él me propone algo?

— ¿Y cómo que será? —me cruzo de brazos.

—Una semana.

Bien, ahora sí que no entiendo. ¿Qué es lo que trama?

— ¿Una semana...? —lo incito a continuar.

—Nos quedaremos una semana aquí si logras algo.

Me mira y sonríe con autosuficiencia, de la misma manera que suele sonreír su madre cuando subestima a alguien. Del puro nerviosismo, suelto un hipido.

—Seguramente lo que propondrás es algo en lo que eres muy bueno, ¿no? —pregunto. Su sonrisa se ensancha más. Me contagia, y una pequeña sonrisa aparece en mis labios.

—No te lo iba a dejar tan fácil.

El hecho de que esté proponiendo quedarnos una semana completa aquí ya suena como algo maravilloso.

— ¿Y de qué se trata?

Me deja en suspenso durante unos instantes, hasta que dice:

—Montar a caballo.

Mi sonrisa se esfuma. Nunca he montado a caballo. Siempre me he preguntado cómo hacen las personas para montarse sobre los caballos y que éstos no los tumben. Es tema de investigación, o al menos para mí.

Mi mente regresa rápidamente a un recuerdo. En la camioneta, en una de las ocasiones en las que intenté entablar una conversación, me preguntó si había montado caballo alguna vez, a lo que yo respondí con la verdad.

Ahora veo de qué se trata.

—Tramposo—musito.

—Déjame burlarme de ti durante algunos minutos—pide de manera socarrona—. Quiero ver cuando tu gordo trasero caiga sobre el suelo.

Tiene que ser una broma.

—Eres mi niñera, ¿no? Entretenme—pide, muy seguro de sí mismo.

Sin duda se está burlando de mí, y no sé si sentirme feliz u ofendida por ello. Al menos se está divirtiendo, ¿no?

— ¿Quieres que monte a caballo? ¿Yo sola? Nunca he estado tan cerca de un caballo en mi vida, Alex—el estómago se me revuelve con tan solo pensar en la idea. Montar a caballo no es como montar en bicicleta—. ¡Quieres que me mate!

Corazón de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora