Prólogo

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Con ella, había experimentado muchas cosas maravillosas. Nunca había amado tanto a alguien como la había amado a ella. Le había entregado su corazón y su alma, y ella a cambio le había proporcionado felicidad. Parecía un trato justo, pero no lo era. La felicidad no es sinónimo de sinceridad. Y ese día, Alex lo aprendió a las malas.

Desde que la perdió, comenzó a odiar muchas cosas. Ahora odiaba los amaneceres y los atardeceres, sinónimos de inicios y finales, y ambas palabras él las odiaba. Con ella tuvo un hermoso inicio, y pensó que el final sería cuando alguno de los dos dejara de respirar. Cuán equivocado estaba.

También odiaba el fuego. Era un constante recordatorio de como la había perdido, era la tinta de la verdad. La verdad le quemaba aún más que el fuego mismo. Y a pesar de todo lo sucedido, el luto había logrado colarse en su alma para luego ser reemplazado por el odio. Su vida siempre había sido perfecta e ideal hasta que ella llegó y puso su mundo patas arriba. Está bien, los cambios son buenos, y al principio creyó que era así. Pero aquel 21 de septiembre se dio cuenta de que las cosas no eran como aparentaban. Todo era una careta de felicidad por parte de ella.

No solo la había perdido a ella. Recordó por un momento a aquel bebé, a la criatura que pudo ser pero al fin y al cabo, nunca fue. Esa pequeña criatura inocente no tenía la culpa de las imprudencias de su madre. Lloró por su bebé. Aquel ser pequeñito e indefenso, al que ella le había arrebatado la vida antes de llegar a este mundo. Pero era culpa de ella, de la madre. Ella lo mató. Sí, ella lo hizo. Le quitó la vida a su bebé, y le quitó el alma a él.

Pocas veces Alex había llorado en su vida. Su madre incluso contaba que cuando bebé, nunca había sido demasiado llorón. Había sido un infante bastante tranquilo, y su infancia también pasó sin mayores contratiempos. En cierto modo era culpa de su madre, ella lo sobreprotegía demasiado.

A pesar de que odiaba el fuego, se dio una última oportunidad para apreciarlo. Todas las fotos de ella, todas las cartas, todas las canciones que estúpidamente él pensaba cantarle en su cumpleaños, incluso la guitarra misma... todo se convirtió en un montón de basura en el patio trasero, y poco después ardió con la ayuda de un encendedor y algo de gasolina. Alex rio hasta que no tuvo más fuerzas y hasta que no le quedó aire en los pulmones. No sabía cuándo podría volver a reír, así que aprovecharía la oportunidad. Mientras reía, también lloraba. Pero aquellas lágrimas solo eran una introducción a lo que venía por delante.

No quería volver a ver su cara en ninguna fotografía. No quería encontrarse nunca con alguien que la conociera. No quería más recuerdos dolorosos, y odiaría profundamente a quien la trajera a su mente de nuevo. Su recuerdo solo sería un recordatorio en su mente, una marca permanente en su alma. Le recordaría siempre que, por algo se dice que el amor es vida y la vida es muerte. Al final, el amor termina siendo muerte. Muerte y traición.

Eso era lo que sentía aquella noche mientras las llamas ardían frente a él. Se sentía traicionado. Tal vez porque, a pesar de tener veintiún años, sentía que era la primera vez que lo traicionaban en su vida.

Ella le había enseñado a odiar el mundo.

Corazón de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora