Segunda Parte _ Contaminado Cap. 8

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Capítulo 8 _ La Resistencia

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Capítulo 8 _ La Resistencia

El camión frenó casi en seco tras un poco más de media hora de viaje. El Contaminado de la cinta dorada abrió las puertas y un par de camilleros (vestidos con un uniforme blanco y una cruz roja en el pecho) aparecieron para llevarse al joven gravemente contaminado. Todos quedaron tan impactados, que optaron por no respirar. Por el contrario, Nero salió del camión impaciente, sin esperar algún permiso. Se sentía tan vivo que necesitaba volar, buscar la vida, saber cuál era su propósito en este mundo nuevo.

Examinó todo a su alrededor: se encontraban en el estacionamiento de un hospital en una ciudad en ruinas, mantenida en pie con mucha astucia y humildad. La primera aureola del amanecer se expandía en el horizonte, devolviéndole cierta belleza a lo que alguna vez fue una metrópolis, y que ahora estaba cubierta por las enredaderas y la vegetación de una naturaleza tan hermosa como incontrolable. Era un ensueño para un alma salvaje como la de Nero.

-¿Te quedás acá? – le preguntó el chofer del camión a Nero.

-Ah... Nop – volvió a sentarse en su lugar.

-Cierren las puertas – les indicó antes de arrancar el vehículo.

-¿Adónde vamos? – preguntó la chica rubia.

-Tranqui. Vamos a estar bien – respondió Nero, contemplando con admiración el exterior desde la ventanilla de la puerta.

A la chica no le hicieron falta muchas pistas para deducir que una mirada tan brillante como la de aquel chico valía un infinito que pocos eran capaces de alcanzar. Los codició tanto, a la mirada, al chico y al infinito, que se juró hacer cualquier cosa para poseerlos.

***

Alcanzaron a los demás camiones en una plaza pavimentada, repleta de soldados Contaminados y médicos con cintas doradas en el brazo o con la cruz roja en el pecho. El chofer del camión los invitó a Nero y a los demás sobrevivientes a bajar, y enseguida los recibieron con mantas y platos de sopa. Esto es un paraíso, sonrió Nero, agradecido.

-¡Los sobrevivientes y rescatados agrúpense entre las carpas de la Cruz Roja! – señaló un soldado de voz grave y estricta –. ¡Los soldados heridos reúnanse en las carpas de la Mano Dorada! ¡Los demás ayuden lo más que puedan!

Los doctores y paramédicos de la Cruz Roja pidieron a los sobrevivientes que hicieran filas para acercarse en orden, y uno a uno fueron chequeándolos. Los que estaban sanos, se sentaron en los alrededores de las carpas, Nero y la chica rubia entre ellos.

-No te di las gracias, por salvarme – le sonrió ella, dulcemente.

-Ah, de nada – le devolvió Nero una sonrisa simpática.

-Me llamo Amalia.

-Yo soy...

-¡Nero!

Elías se les acercó, con una sonrisa de alivio. Nero se puso de pie y lo abrazó, contento. En pocos minutos, ambos chicos habían compartido una amistad que valía mucho más de lo que el tiempo puede apremiar.

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