—¿Podrías ganarte más lejos? Tenerte cerca me da frío.

Ross le obedeció, y se puso un poco más atrás.

—Listo. Ahora dime, ¿qué te pasó en el instituto?

Leah se dio vuelta en la cama y le dio la espalda.

—No quiero hablar de eso.

El fantasma se sintió descolocado.

—Pues, deberías. ¿Qué cosa tan mala pasó como para que hayas llegado así tan...? —evitó decir irritante, para que no se enojara.

—Nada, Ross, solo necesito dormir. Estoy cansada.

—No es eso...

—Sí, sí lo es —fingió un bostezo—. Ya deja de hacer preguntas.

Ross tampoco había tenido un día agradable, pero si ella se encontraba mal él no sacaría a relucir sus problemas así como así. Ya tenía suficiente con estar muerto y vivir como invitado pacífico en su casa. Otro día, quizás, solo si se lo proponía y ordenaba esa maraña de ideas que lo atormentaba, se lo contaría. Antes no.

—En primer lugar, me dejaste entrar —enumeró con su dedo—. Eso significa que no quieres estar sola, y que quieres charlar.

Leah sacó la mano de sus ojos y lo miró directamente.

—¿Qué?... Te dejé pasar para que te callaras. Pensé que si no hablábamos te aburrirías e irías.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó, escéptico. Hubo silencio por parte de ella, así que volvió a insistir—. ¿Quieres que me vaya o no? No te entiendo.

—Sí, ándate. Quiero estar sola.

—¿Qué?

—Quiero estar sola —repitió con enfado.

—¿Por qué?

—¡Porque sí!

Ross bufó.

—¿En serio esa es tu respuesta? —Leah se mantuvo en silencio—. Qué infantil eres, dime algo mejor.

—No me cuestiones —respondió ella, y se salió de la cama para caminar hacia el baño. Allí cerró la puerta de un portazo, pero no fue impedimento para Ross, que la siguió y entró junto con ella—. Estamos en el baño, quedamos de acuerdo con que no me seguirías aquí, Ross. ¡Sal!

—No me voy a ir. Estás huyendo de mis preguntas —dijo, cruzándose de brazos junto a la puerta. Leah estaba frente al espejo, mirando su reflejo—. Solo quiero ayudarte, Leah, porque se nota que no te sientes bien. Quiero saber cómo estuvo tu día, y luego de saberlo, ofrecerte mi ayuda si es que la necesitas. Eso es todo. Pero, tienes que cooperar.

Leah se dio la vuelta y se sentó en el borde de la tina, para mirarlo. Sus palabras le molestaron.

—¿Cuando estabas vivo eras un psicólogo, o qué? —preguntó con una pequeña sonrisa sarcástica—. Escucha —comenzó a decir, poniéndose seria—. Tú a mí apenas me conoces. Yo no soy como tú, no me gusta conversar demasiado cuando no estoy con ánimos. A mí me gusta estar sola. Sin preocupar al resto ni charlar cuando tengo un mal día. Yo... me las arreglo así. Sola, ¿me entiendes?

Ross se mantuvo en silencio, sin dejar de mirarla. En su mente pensaba qué decir para hacerla cambiar de opinión. No le parecía bien que se tragara sus problemas de esa forma. No era sano, y de algún modo se sentía culpable por estar insistiendo, tratando de sonsacarle información cuando ella lo único que quería, o más bien, lo único a lo que estaba acostumbrada a hacer, era sanar así. Sin ayuda.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora