El chico se apartó un largo mechón de cabello castaño del rostro, y continuó mezclando los ingredientes hasta que se fusionaron en una pasta uniforme de color verde oscuro. Acto seguido, puso el recipiente en el suelo, arrastró el cadáver de la cabra que había degollado hacia el centro de la habitación y encendió las trece velas que tenía preparadas. Para su sorpresa, las llamas se apagaron de golpe, dejando el lugar a oscuras.

Con el corazón palpitando a más no poder, pensó volver a encenderlas. Entonces, recordó que debía permanecer en completo silencio y sin moverse, cosa que cumplió a duras penas. Por supuesto, todo esto estaba advertido en el libro, aunque Ezio nunca creyó obtener resultados en el primer intento. 

De repente, dos pequeñas luces rojas se materializaron ante sus ojos incrédulos. Eso solo podía significar que el ritual había funcionado, o al menos en un principio, aún debía lidiar con la segunda parte antes de lograr su cometido. 

—¿Cómo osas invocarme, miserable mortal? Más te vale tener un motivo válido —aquel abominable sonido gutural interrumpió sus pensamientos, haciendo que se le formara un nudo en el estómago.

—Lo tengo. Necesito poder, necesito longevidad, y sé que eres el único capaz de otorgarme todo eso —respondió el chico, intentando no parecer asustado.

—Entonces haces bien al acudir a mí —la agresividad de la voz disminuyó de forma considerable—. Pero si cumplo tu petición, será bajo mis términos.

—¿Y cuáles son?

—Sangre, necesito que me des sangre durante cada luna llena, o de lo contrario retiraré mi poder de ti.

—Puedo hacerlo, tengo experiencia cazando.

—No me interesan los animales. Quiero más sustancia, humanos con buena salud.

Ezio tragó saliva y se replanteó la oferta con cuidado. Estaba lidiando con una entidad muy poderosa que podría satisfacer su deseo en instantes, pero que también sería capaz de arrancarle el alma si no cumplía con lo acordado.

—¿Hay alguna otra condición?

—Los dioses prohíben entregar facultades sin puntos débiles a los hijos del hombre, por lo que nada debajo de tu piel podrá tener contacto directo con la plata o el fuego, eso debilitará tu cuerpo hasta convertirte de nuevo en un simple mortal. A su vez, cualquier herida recibida en tus órganos vitales con estos elementos, significará tu final.

—Me parece justo, pero antes quisiera saber qué me darás exactamente.

—Lo que anhela tu espíritu: licantropía a voluntad, longevidad, agudizarás tus sentidos y serás revitalizado durante cada luna llena. Todo a cambio de lo que te he pedido.

El chico esbozó una sonrisa casi imperceptible, consciente de lo que significaría para él cerrar ese trato. Tendría que permanecer en las sombras, pero también tendría entre sus manos el poder que, según las numerosas leyendas, solo alguien a lo largo de la historia de la humanidad poseyó: Svetlov Atanas.

Lo único que se decía de su supuesta existencia, era que había sido el primer y único hombre lobo. Y a diferencia de las cientos de personas que quisieron obtener esta condición sin éxito, él la recibió contra su voluntad, por medio de una maldición. 

Durante los primeros años, Svetlov no era capaz de controlarse y en las noches de luna llena se transformaba en una bestia iracunda e irracional, lo que terminó obligándolo a dejar su cómoda vida en el pueblo y aislarse en medio de la nada. Fue allí donde, una madrugada, su camino se cruzó con el de Annika, la bruja culpable de lo ocurrido. 

Esta, dándose cuenta de la lamentable situación en la que se hallaba su víctima, pero incapaz de revertir lo que había hecho, invocó al ser con el que Ezio estaba negociando: el amo de la oscuridad, para buscar otra solución.

Algunas historias afirman que el ente le dio el control absoluto sobre su licantropía y una vida plena por un par de siglos a cambio de sacrificios regulares. Otras menos populares cuentan que además de lo anterior mencionado, lo convirtió en rey y a Annika en su reina. 

Por supuesto, al ser el único con su condición, murió siendo un incomprendido. Y a pesar de llegar a contar con más lujos que la mayoría, ambas versiones concuerdan en que la felicidad jamás volvió a tocar su puerta. Gracias a eso, Ezio tenía clara su última exigencia.

—Aceptaré y cumpliré cada una de tus condiciones si me concedes una última petición: que me permitas transmitir este don a quien considere digno de él.

Hubo silencio en la estancia, y aunque solo fueron unos quince segundos, un fuerte escalofrío recorrió la columna del chico, que temblaba de miedo ante la idea de haber enfurecido al amo de la oscuridad.

—Podrás transmitirlo solo a quienes posean la marca de la maldición: una media luna en su piel —dijo finalmente la voz—. Será mediante un pacto de sangre entre tú y él, entonces podrás considerarlo tu igual.

—Entendido. Acepto tus condiciones.

Dicho esto, las velas volvieron a encenderse y Ezio reparó en que la cabra y el brebaje habían desaparecido sin dejar rastro. Entonces, un inexplicable hormigueo recorrió cada parte de su cuerpo, y por una vez en tanto tiempo se sintió poderoso, lleno de vigor y satisfacción.


Los años pasaron con rapidez, convirtiéndose así en décadas y posteriormente en siglos. Ezio había logrado reclutar muchos más miembros para su manada, a tal punto que los rumores de su existencia llegaron a los oídos de la iglesia. En un principio no existían pruebas para demostrarlo, por lo que se limitaron a no prestarles atención, pero cuando el terror se apoderó del pueblo, las autoridades decidieron tomar cartas en el asunto.

Le encargaron a la orden de los caballeros templarios la tarea de hacerle frente a la manada y erradicarlos por completo. No obstante, los lobos eran muchísimo más poderosos que ellos, y como era lógico, no podían ser tratados como enemigos convencionales. Para empeorar las cosas, la iglesia se encontraba bajo la enorme presión de los muchos otros grupos que rehusaban convertirse al catolicismo. Fue gracias a eso que el sumo pontífice tuvo la iniciativa de dejar el orgullo de lado y negociar con el enemigo.

Contrario a lo esperado, logró concertar un encuentro con Ezio, el líder de la manada, y le propuso algo que beneficiaría a las dos facciones. El Vaticano detendría cualquier tipo de persecución o propaganda en contra de ellos si aceptaban encargarse del trabajo sucio de forma discreta. El Alfa aceptó de buena gana, y después de aquel apretón de manos, se dio por culminada la negociación.

Así fue como transcurrieron cientos de años en relativa paz. La iglesia hacía la vista gorda ante los rituales de la manada, y esta a su vez se encargaba de allanarle el camino a sus aliados. Cualquiera que representara un problema para el cristianismo, era arrojado a los lobos. Podría decirse que esa fue la época dorada de los licántropos. Por desgracia, todo lo bueno tiene un final. 

De un momento a otro, el Vaticano decidió deshacerse de los grupos con los que había trabajado durante todo ese tiempo, y cuando hubo hecho lo propio con unos cuantos, los lobos supieron que lo mejor sería desaparecer del mapa. Se dividieron en docenas de manadas independientes, con trece miembros cada una, para luego esparcirse por el mundo.

Ezio, al ser ya conocido por los cristianos como el líder de los licantrópos, no tardó en ser capturado y condenado a la hoguera. Eso bastó para que los doce bajo su liderazgo lograran escapar con vida y robando documentos importantes para el Vaticano que, en caso de ser revelados, podrían costarle muy caro.


Canción: March Of Mephisto

Banda: Kamelot

Wolfhunt | Shining Awards 2017Where stories live. Discover now