CAPÍTULO 9

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—¿Cómo es posible que hayas desobedecido nuestro código más importante? —le habló él. Estaba enojado, con los brazos cruzados tras su espalda.

Ananciel hervía en la más pura ira, pero lo disimuló lo mejor que pudo, para que quien tenía enfrente no le diera un peor castigo del que ya le estaba otorgando. Y también porque el sujeto era aterrador vestido con esa larga gabardina negra y mirada imperturbable.

—Ya le dije que no sabía que estaba prohibido. Pero, ahora sí, así que no lo volveré a hacer —habló con la cabeza gacha—. Eso puedo prometérselo.

Azrael paseó frente a ella. Recorriendo con su mirada el pequeño espacio que compartía la chica con su compañera. La habitación estaba ordenada, y olía a vainilla. Un pequeño cuadro puesto junto a la cama llamó su atención, pero no quiso acercarse por miedo a demostrar demasiada cercanía con ella. Los rumores decían que ella era uno de sus Buscadores favoritos, y no necesitaba que ella también lo creyera. Negó con su cabeza ante sus pensamientos.

—Solo obedece mis órdenes. Puedes tomarte la tarde libre, pero de aquí al amanecer tú y tus pertenencias se irán al pliegue de la torre.

—¡Pero Azrael! —dejó de lado el respeto y el decoro, comenzando a suplicar—. Yo allá no conozco a nadie. ¡No me separes de Madelaine, por favor! Es mi única amiga ¡Haré lo que sea con tal de que nos dejes juntas!

Azrael dudó unos segundos. Sopesando sus posibilidades. Pero negó.

—Es mi decisión final. Ya veremos si con este castigo aprendes a diferenciar lo prohibido del trabajo.

—No sé qué voy a hacer allá, ¡me volveré miserable! ¡Y también haré miserable a mis compañeros con mi temperamento! —gritó todo muy rápido, hasta que se dio cuenta de que lo estaba tuteando y que eso también estaba contra las reglas. Se quedó callada, mirándolo asustada.

Él no se inmutó. Al contrario, ladeo la cabeza con paciencia y lentitud, haciendo tronar su cuello. La pequeña e inocente niña vestía aún el uniforme Buscador, pero se había desecho del peinado reglamentario, que constaba de una trenza en forma de corona en el caso de tener el cabello largo como lo tenía ella. Así como estaba, se veía mucho más infantil y para nada intimidante, aún vestida de impecable cuero negro.

—Tengo cosas más importantes que hacer..., como para seguir discutiendo contigo —habló finalmente, cansado—. Te descubrieron y debes ser castigada. Creo estar siendo lo suficientemente bueno como para solo darte este castigo. Agradece lo que te estoy dando.

La chica quería llorar. Él ni siquiera se lo estaba pensando.

—Pero señor...

—Pero nada, Ananciel. Soy tu superior y me harás caso.

El ángel de la muerte le dio la espalda y se acercó a la salida. Pero ella, con la voz quebrada, hizo que se detuviera un instante.

—Lamento haberlo desilusionado.

Sin darse la vuelta para mirarla, él le respondió.

—No lo has hecho.

Y se fue, atravesando el portal espejo frente a su cama.

Ananciel se dejó caer en el suelo, derrotada. Y miró sus manos, pensando en qué hará cuando su compañera se entere de que por su error las separarán. Ella y Madelaine habían sido compañeras desde siempre, y se habían acostumbrado tanto a la otra que, tras mucho esfuerzo, lograron igualar sus capacidades para ser unidas como pareja en las misiones.

Lo cual no era un mérito menor.

Superada por la conversación y lo fallida que había resultado para ella. Se botó luego de un rato en la cama de su amiga, la más cercana a ella, y cerró los ojos, pensando.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora