Capítulo #37

Mulai dari awal
                                    

—Ya. Esta bien, sigue.

—Le pregunté qué donde estaba Nelson e insinuó que tenía algo con ese idiota. Yo lo negué...

—Y te molestaste con él. Ya me imagino que pasó. —interrumpió. —Lo golpeas, ¿no es así?

Asentí. —El muy inepto dijo que andaba tras ese imbécil. Yo me defendí.

—Golpeándolo. —recalcó. —Esa no es la manera, Cassandra.

—Eso no fue todo. ¡Dijo que era débil! Qué era una niña. —refunfuñé. Rió. —¡No es gracioso!

—¿No lo ves? —preguntó. Negué sin entender. —Eso es lo que quiere. Molestarte.

—¿Qué sentido tiene eso? Ni siquiera nos conocemos o algo. —dije aún sin entender.

—Cassandra, por tu estatura, por tu cabello... por tu simple apariencia gritas que eres una niña, aunque no lo seas. —dijo sonriendo. —Yo pensaba eso antes de conocerte. Creí que solo eras una niña malcriada, débil para todo lo que pasa s nuestro al rededor. Cuando te conocí, de verdad, supe que me equivocaba.

—¡Ay que tierno eres! —exclamé con una sonrisa. Su rostro se sonrojó. —¡Te has sonrojado!

—¡Cassandra!

Reí. —Ya ya.

Rodó los ojos con diversión.  —Por eso Demian te molesta. A parte, molestarte es muy, muy, divertido.

—Ya lo entendí. —dije rodándolo los ojos.

—Pero... aún no me has dicho porque estás en la enfermería. —dijo cruzándose de brazos.

—Ah... —¿debía decirle? —Me ahorcó.

—¿¡Qué!? —gritó.

Quizá no debí decirle.

—Lo que escuchaste. —respondí. Noté como sus manos se hacían puños. —Pero antes de que hagas algo, debemos averiguar cosas de él.

—¿Qué clase de cosas? —preguntó. —Te recuerdo que tú, niña, tienes un novio.

Suspiré. —En este momento no creo que en realidad tengamos algo.

—Fue una simple discusión, Cassandra.

Miré su rostro detenidamente. Cada facción que poseía era casi idéntica a la de Troy, sus ojos bolo eran un poco más oscuros que los de mis amigo. Estaba tan inmersa en su cara que me di cuenta que de su cuello salía una pequeña venilla negra. Mi pulso se aceleró.

—Lany. Tu cuello. —murmuré.

—¿Qué? ¿Que tiene? —preguntó.

Me levanté de la camilla, lo tomé de la muñeca y corrí al espejo que había en la estancia.

—Eso. —señalé el espejo.

Sus ojos fueron a su cuello, y segundos después se abrieron como platos.

—¿Es...?

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