Epílogo

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"Ayer naciste, y morirás mañana"-Góngora

– ¿Y cómo os trata la vida?

Aquella pregunta sacó a Victoria de sus pensamientos, y al bajar la mirada pudo apreciar el agarre de Rick con su mano. Había pasado ya casi un año desde que aquel loco les había secuestrado en la vieja mansión. La policía y los bomberos llegaron al lugar cuando tuvieron noticias del incendio que se había propagado en la segunda habitación del segundo piso, para más tarde hacer que las llamas alcanzaran el resto de la vieja mansión de la que nada se pudo salvar.

El asombro de la policía fue indescriptible al encontrar a varias de las víctimas de las recientes desapariciones por la zona, observando desde una distancia prudente como la vieja casa caía a pedazos ante sus ojos.

–Bueno, la verdad, bastante bien. Al principio me ocurrió como a todos. Mucha tensión, pocas ganas de hablar con la policía sobre lo ocurrido, y con el psicólogo sobre lo que podía haber sucedido... Una mierda, siendo sincera–contestó Victoria con una pequeña sonrisa–. Pero en fin, lo superé, volví a trabajar y ahora puedo decir que he vuelto a mi vida tranquila que aunque me pareciera antes un asco, ahora lo agradezco profundamente.

Los demás rieron por sus palabras. A todos les había pasado más o menos lo mismo, algunos habían aceptado ir al psicólogo y a otros les habían tenido que obligar a la fuerza. Sus familias y sus amigos les habían hecho preguntas que directamente preferían no contestar.

– ¿Y el resto? –inquirió de nuevo Daniel.

–Tirando–contestó Natalia. Ella había acabado matando una persona, y aunque había luchado por olvidarlo y pensar que fue en defensa de Isabel, no podía por más que lo intentara escabullirse de aquellos crudos pensamientos. Ese miedo de llegar a volverse loca la consumía ciertos días, y las pesadillas sobre el cadáver de Marcos no cesaron tan fácilmente. Aunque por otra parte, había vuelto al trabajo y se sentía algo liberada de las constantes "ayudas" por parte de su familia–. Aunque oye, el que acabó bien eres tú, cabronazo, que por lo que sé, has escrito un libro sobre todo esto y has ganado bastante pasta.

Daniel rió y negó con la cabeza.

–Sí, la verdad es que han acogido el libro bien y parece que por fin se vende. Algo bueno teníamos que sacar de todo aquello, ¿no?

Isabel sonrió alegre. Desde que había vuelto con su familia, su novio y sus amigos, aquella sonrisa había sido muy difícil de borrársela de la cara.

–Pues mira, yo ni famosa ni nada, pero tengo una buena noticia–dijo dejando la copa y sonriendo como quien va a contar un secreto importantísimo– ¡Al fin hemos decidido abrir otro restaurante familiar!

Algunos que ya habían estado con ella después del secuestro, sabían lo importante que eso era para ella, y rápidamente levantaron las copas.

– ¡Pues un brindis entonces!

Antes de que se escuchara el sonido de las copas al chocar, Martín pidió un momento de silencio.

–Y también un brindis por Laura, por Germán, por Amelia y por Marcos–dijo el juez alzando su copa.

Los demás dejaron que el silencio reinara en sus gargantas por varios segundos, pero después no duraron en unirse a coro, algunos con los ojos brillantes a causa de los recuerdos.

La policía había encontrado cuatro bolsas con el tamaño suficiente para que los cuatro cadáveres pudieran ser escondidos. Más tarde se supo que la gasolina que ellos mismos habían utilizado para quemar la vieja mansión, tenía en realidad la función de carbonizar los cuerpos de las víctimas.

Muerte en el zodiaco Where stories live. Discover now