Capítulo 33

101 16 6
                                    

"Si los peones se unen, pueden poner en jaque al rey"

Natalia y Marcos ya no discutirían más sobre si el asesino era hombre o mujer, ya que la respuesta estaba ante sus propios ojos.

–Te lo dije–susurró Marcos, pero Natalia ni siquiera le llegó a escuchar.

Un hombre de ojos verdes oscuro y con una expresión tan fría como un témpano de hielo los miraba con una cruel sonrisa. Su pelo era rubio, algo ondulado y más bien corto. Era bastante alto, con cejas gruesas y barba de pocos días.

No parecía el típico matón de espaldas anchas y de la altura de un rascacielos de las series americanas, pero aun así su presencia imponía respeto. Sus ojos reclamaban autoridad y silencio, y un brillo de diversión y superioridad se reflejaba en el verde intenso.

–Lo lamento, Virgo. Sintiéndolo mucho por ti, he de decirte que no soy una mujer tal y como tú pensabas y habías dado a entender a tus compañeros. Sin embargo y siendo sincero, he de felicitarte por tus conocimientos en psicología y ciencia forense–dijo sin atisbos de diversión en su rostro, sino con una seriedad impasible. Natalia se quedó callada–. Aunque yo soy mejor–dijo guiñándola un ojo y riendo. El hombre la analizaba con la mirada de una manera calculadora y fría, y aquello le daba escalofríos a la profesora. El hombre giró la cabeza– ¿Qué ocurre, Capricornio? ¿Te ha comido la lengua el gato? Antes estabas más habladora, querida.

Victoria no quería contestar. Sabía que no debía enfurecerlo, pero... ¿Qué más daba? Morir entonces, que en pocos minutos. Morir en un acto de valentía (o tal vez estupidez), que siendo patéticamente asesinada al final del largo recorrido de aquel turbulento viaje sin regreso.

–Pues la verdad que no, querido anfitrión. Simplemente recordando las viejas películas en el que el primero que habla, es el primero en morir a la hora de conocer al asesino–replicó con una sonrisa desafiante.

Él rió.

–Eres tan orgullosa... –dijo acercándose con un cuchillo y suspirando–.Eso te costara caro, créeme. De veras que me encantaría rebanarte el cuello ahora mismo... –Victoria tragó saliva fuertemente, y él se agachó a su altura y le paseó la hoja del cuchillo por su mejilla. La mujer estaba nerviosa. Su corazón estaba desbocado. No debía de haber hablado, ahora la mataría y...–pero no me gusta ser tan predecible como aquellas viejas películas que tú has mencionado. Digamos que soy... más moderno.

C.S. alejó el cuchillo del cuello de Victoria para alivio de esta, que ahogó un suspiro e intentó serenarse, y él se alejó caminando tranquilamente.

–Ay, Rick. Me gustó la información que les diste sobre los signos del zodiaco, la mayoría de ellos eran unos completos ignorantes respecto al tema–prosiguió hablando.

–Ya ves, es lo que tiene ser astrólogo–dijo él sonriendo. No quería mostrar nervios, y no lo iba a hacer.

–Bien, bien–dijo él–. Si te digo la verdad, me alegro de haberte escogido–Rick volvió a sonreír –, porque me encantará borrar esa cínica y estúpida sonrisa de tu cara.

El astrólogo se quedó helado, y la sonrisa se esfumó de su rostro como si su único escudo se desarmara frente a su enemigo. Para sus adentros no pudo evitar pensar en algún insulto apropiado para ese malnacido, pero sin más remedio tuvo que morderse la lengua.

Una cosa era insultar a C.S., quejarse de él, intentar manipularlo... Pero tenerlo en frente... Era un asesino en serie, estaba loco y tenía una cómplice con la que compartía su estado mental. ¿Qué narices debían hacer? Su instinto de supervivencia les decía que lo mejor sería callarse, mantener la calma y esperar pacientemente. Una cosa era lo que les decía el instinto, y otra cosa muy distinta lo que sus temblorosos cuerpos les pedían: correr.

Muerte en el zodiaco Where stories live. Discover now