Se vistió a prisa y se calzó unas pantuflas. Luego bajó al primer piso, donde Lorena se encontraba vestida en bata, preparando el desayuno. A Leah se le hacía raro saber que su mamá estaba embarazada. Siempre la había considerado alguien conservadora que tenía y sobraba con el cuidado de una hija. Y ahora, a sus cuarenta y tantos, tendría que hacerse de paciencia para criar a un bebé, teniendo que postergar la búsqueda de trabajo por los cambios de pañal.

O al menos, por un tiempo.

Su papá estaba leyendo algo en el celular. Notó que vestía una simple camisa y la cocina estaba temperada. Al parecer, él y su mamá se habían rendido con la chimenea, así que encendieron la pequeña estufa eléctrica que, por suerte, seguía funcionando después de tantos años de uso. Lo único malo es que dicha estufa solo calentaba un espacio a la vez, y no era suficiente para que el calor alcanzara a subir a las habitaciones.

Los saludó y se sentó en la silla junto a Robert, quien se acababa de acomodar en el sitio mientras esperaba las tostadas para untar con mantequilla.

—¿Cómo amaneciste, hija? —él le preguntó.

—Sigo cansada, pero bien.

—Hoy debes terminar de ordenar tu cuarto —le dijo, sin sacar la vista del celular—, para que descanses el fin de semana y el lunes entres a clase con energía.

Leah asintió, sin ganas.

Se preparó un café y se lo bebió a pequeños sorbos, mientras Lorena ordenaba utensilios y acomodaba algunas cosas en la mesa, como la leche con cereal que le gustaba comer, y las distintas cajas de té que Leah compraba por curiosidad de vez en cuando, los cuales duraban tanto en la despensa que, en el último tiempo, se ponían en la mesa por tradición, más que por otra cosa.

La madre finalmente se sentó y degustó el desayuno familiar. Y todos, luego de un rato, terminaron y levantaron lo utilizado para depositarlos y guardarlos en sus respectivos lugares.

—Me toca lavar la loza —Leah le tocó el hombro a su mamá para que se apartara—. Tienes que cuidarte, así que descansa.

—Qué atenta, hija. Pero solo tengo unas pocas semanas, así que no es para tanto. Yo que tú aprovecharía de descansar, porque después...

—Bueno, si no quieres que lave la loza, no lo haré... —intentó parecer triste, pero la idea le encantó.

La verdad era que no le gustaba lavar, pero a su vez tenía la necesidad de proteger a su futuro hermano o hermanita, y para ello quería que su madre pasara un buen embarazo y no trabajara tanto.

—Tú te ofreciste sola, así que hazlo, no hay vuelta atrás —Lorena sonrió ampliamente y salió de la cocina, huyendo en dirección a la sala de estar donde se sentó a ver la televisión.

Robert subió a su habitación y se terminó de vestir. Luego bajó, se despidió de su familia, y salió rumbo al trabajo. Lugar donde recibiría las indicaciones acerca de la visita que debía realizar en la cárcel.

Cuando Leah terminó de ordenar la cocina, se fue a sentar con Lorena, a descansar. Ella se encontraba viendo el noticiero, en el cual estaban hablando nuevamente del eclipse que acontecería pronto y las precauciones que había que tomar.

Aburrida, fue a buscar su celular a la habitación para chatear con sus amigas. Y llegó al segundo piso, con esas expectativas, siendo una adolescente normal. Pero, cuando abrió la puerta, aquella pequeña burbuja de cotidianidad se rompió.

El desorden seguía intacto. Así como también la ventana cerrada con pestillo y las cortinas abiertas a medias, tratando de no dar luz en exceso para evitar mostrar lo que ella sabía que sería un castigo seguro si no ordenaba cuanto antes.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora