Picazón y revelaciones

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—Ustedes están bien jodidos. Punto —afirmó el otro guerrero, desde la pared de enfrente—. ¡Ahora exijo hablar con el responsable de este lugar! ¡Van a lamentar seguir ignorándome, malditos!

—No lo sé —murmuró ella, haciendo de cuenta que no oía los gritos—. Me has hecho leer un montón de cosas en estos meses, pero no me has enseñado a ordenarlas y a darles un sentido.

—Está bien, empecemos por el principio —siguió él, con toda la paciencia del mundo, cosa que no se veía todos los días—. Nuestra captora es un elemental de fuego. Lo confesó antes de que yo cayera inconsciente anoche. ¿Qué sabemos de ellos, Nirali?

Deval desistió en sus gritos. Ella frotó un pie contra el suelo embaldosado con lentitud, antes de responder.

—A ver... Sabemos que son los elementales más antiguos en la historia del mundo y que no se muestran con facilidad al ser humano.

—¿Cuántas etapas de desarrollo tienen?

—¿Qué es esto? —protestó el que los escuchaba, con la cabeza inclinada sobre el pecho—. ¿Te pones a tomar lecciones?

—Cuatro en total —contestó la muchacha, como si estuviese a solas con su mentor—. En el primer nivel habitan el centro de la tierra. En el segundo, viven entre nosotros, en el interior del fuego. En el tercero, evolucionan a un nivel superior y cada una puede tomar una forma diferente según sus funciones. Están los Farralis y Shallones, que orientan los rayos de las tormentas. Luego los Hiarrus, que elaboran estrategias.

—¿Quiénes son la máxima autoridad entre las salamandras? —la interrumpió Sarwan.

—Espera, estoy segura de que me la sé.

—¡Los Ra-Arus! —se metió Deval, al borde de un ataque de nervios y creyendo adivinar las intenciones del otro hechicero—. ¿Dices que este lugar está regenteado por uno de ellos? ¡Pero si no tienen contacto con nuestra dimensión, nosotros nunca hubiéramos podido acceder a algo así! ¡Refulgens está escondida, pero no es una dimensión aparte, sé de lo que hablo!

Sarwan chasqueó la lengua, irritado por la creciente picazón del material en sus manos y pies.

—Ya lo sé, idiota. Estoy tratando de enseñarle algo.

—¿Y para qué? La chica va a morir de todas maneras.

—Sí, abandona todo como un cobarde —lo provocó, parafraseándolo de aquella última batalla juntos—. Sabemos que nunca podrás hacer algo mejor.

Un par de venas se marcaron en la frente del rubio, su rostro se había descompuesto por la furia contenida.

—Maldito, si no tuviera estas porquerías en mis manos, juro que...

—¡Una ejecutora! —exclamó Nirali, feliz con la distracción que había logrado—. ¡Refulgens está en manos de la bailarina, ella es una salamandra ejecutora, una Aspirete! Ellas son las más cercanas a los humanos, ya que son quienes reciben las órdenes de las otras y las llevan a cabo. —Y su entusiasmo se desinfló rápido, al darse cuenta de que no eran buenas noticias—. Oh, no. Fuimos atraídos aquí. No es que nadie lo haya encontrado. Es que nadie vuelve. Refulgens es una trampa.

El silencio cubrió la celda. Los tres quedaron pensativos, no había muchas esperanzas para ellos, por lo que parecía.

«Tiene sentido. Nunca llegamos a ver este lugar desde el camino. Deberíamos haber seguido de largo, estaríamos a salvo ahora», lamentó la aprendiz, en un arranque de autocompasión, hasta que el mayor de los tres carraspeó y volvió a hablar.

—Refulgens, en la lengua de los Antiguos, significa resplandor —explicó Sarwan—. Puede que no sea una trampa, sino un refugio para los sobrenaturales perseguidos por nosotros. Y, como estamos al sur, la regente es una salamandra. No dudes que haya otras ciudades escondidas como ésta, dirigidas por elementales de tierra y aire. O agua, en las regiones costeras. —Entonces rió, con un deje de ironía—. Este dato valdría millones de monedas en la corte del rey.

Espíritus de fuegoWhere stories live. Discover now