01 - Nací, crecí y me casé.

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Fue el 12 de Junio de 1895 cuando la vida decidió que era el momento de acogerme entre sus brazos. Un llanto inundó aquella habitación del Hospital de Santa María, en Arkham. Los berridos provenían de un bebé recién nacido, moreno de ojos grises.

Nací, afortunadamente, en una familia adinerada. Mi padre era el Comisario y mi madre se convirtió, muy pocos años después de mi nacimiento, en la heredera de la imprenta de mi abuelo, la cual producía el periódico más famoso y leído de toda la ciudad.

Desde muy pequeñito he tenido cuidadoras en mi casa que me enseñaban a leer y escribir. Mi comportamiento era de lo mejor, era un crío que apenas lloraba y tenía berrinches, nunca rompía nada y jugaba con sumo cuidado con mis juguetes. Aunque tuve una pequeña época de celos cuando nació mi hermana Lucy cuando yo tenía 5 años, haciendo que mi comportamiento empeorara durante unos meses, hasta acostumbrarme a su presencia. Cuando tuve la edad suficiente, empecé a ir al colegio, aunque ya llevaba aprendido bastante de casa. Era un alumno excepcional, tenía unas notas intachables, además de que era un niño bastante sociable y siempre estaba rodeado de gente y se podía decir que tenía muchos amigos. Los profesores estaban bastante orgullosos de mis progresos, pues destacaba en todas las asignaturas que tenía y, sobre todo, en Educación Física.

Desde entonces, mi padre me dejaba claro que me convertiría en policía, pues llegado el momento en el que él no estuviera, tendría que llevar sobre mis espaldas el mando de la comisaría, por el simple hecho de ser su hijo, además de mantener a mi madre y Lucy. Y así fue. Dejé temprano el instituto pues ya no me enseñaba nada más, y empecé pronto con mi preparación para el cuerpo de Arkham.

Aprendía rápido. Era un jovenzuelo al que le gustaba muchísimo la lectura y le encantaba seguir aprendiendo más y más, así que las nociones teóricas y básicas las capté y memoricé con velocidad. En cuanto al físico, tampoco me costó conseguirlo, pues era un chico muy sano y deportista. Entré en el cuerpo de policía a la edad de 14 años, siendo tan solo un cadete.

Aunque patrullaba por la ciudad, y la mayoría de veces con mi padre, a veces me quedaba hasta tarde en la oficina, haciendo trabajos administrativos. Lo hacía a voluntad propia, pues me gustaba investigar y así tampoco paraba de aprender más cosas. Leía informes de arrestos, de accidentes, de tiroteos. Mi padres incluso me dejaba leer los informes directivos. Pasó el tiempo y mi superior acabó ascendiéndome a agente, por lo que pronto empezaría mis patrullas por la ciudad sin la supervisión de mi progenitor y aumentaría mi trabajo, teniendo que redactar informes de cada cosa que hiciera.

Fue una de las noches en las que volvía tarde a casa cuando la ví. Escuché sollozos en un callejón y varios golpes, entre botellas de cristal cayendo, y cubos de basura siendo desplazados. Me acerqué con sigilo y ví que un varón estaba forcejeando con una mujer, intentando violarla. Iba desarmado y sin uniforme, pues había terminado ya mi turno pero, aún así, me acerqué a aquel hombre por sus espaldas y lo primero que hice fue usar las palmas de mis manos para golpearle los oídos y dejarlo aturdido, aprovechándome de la situación para empezar a golpear con fuerza mis puños contra su cara; incluso me ayudaría de alguna botella para rompérsela en la cabeza. Dada la paliza y viendo que ya era suficiente, lo agarré de la chaqueta y lo arrastré por todo el pavimento hasta echarlo del callejón, dándole alguna patada más y viendo cómo echaba a correr lejos de mí. Me quedaría vigilando hasta perderlo de vista y asegurarme de que se alejaba lo suficiente y que no tomaría represalias.

Volví al callejón, preocupado por el estado de la chica, pero ya no estaba; me desilusioné. En parte, porque me había preocupado bastante por aquella mujer, pero también porque me había entrado por el ojo. Era una bella mujer de ojos verdes y cabellos pelirrojos, los labios carnosos y rosáceos, que incitaban a ser besados, una nariz respingona, fina y redondeada, en contraste con una mandíbula afilada y marcada. Sus ropajes indicaban que no era mujer de clase baja, pues sus telas se veían delicadas y caras, así que me extrañó muchísimo que anduviera sola por la ciudad a esas horas tan altas y, sobre todo, por los callejones.

Entre el bien y el malWhere stories live. Discover now