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Tengo que encontrarla.

Salgo de la pequeña cueva dando tumbos y tropezando con mis propios pies. El escenario frente a mí solo muestra árboles y maleza que fácilmente pueden ocultar al ladrón de mi mochila. Tiene que ser un humano, porque un no consciente no hubiera ido por la mochila, sino por mí.

Afino los oídos, aunque el temor de haber perdido la comida me desequilibra y no me deja concentrarme. También llevaba ahí las cuatro botellas de agua, las golosinas del morral, los fajos de billetes y la fotografía de mi familia y yo. Esto último es lo que más me pesa y me anima a ir por el primer sendero donde creo que habrá ido el ladrón.

No sé si lo encontraré, tal vez me la robó hace horas y ya estará muy lejos de mi alcance. Pero por segunda o tercera vez, quiero ser positiva y creer que lo encontraré.

Quito ramas y arbustos que me obstruyen el camino y al mismo tiempo saco la pistola de la cinturilla. Me tranquiliza un poco saber que sigue ahí.

Muevo un montón de ramas enzarzadas y veo a unos veinte metros un no consciente inclinado sobre un bulto. Entrecierro los ojos y advierto que es un cuerpo. Piso descuidadamente una parte de hojas secas que cruje bajo mi peso y hace que el no consciente levante la cabeza. Me dan arcadas al verle el aspecto y la boca destilando sangre del cuerpo sobre el que estaba inclinado. No sé lo que está haciendo, y tampoco quiero averiguarlo.

El no consciente ya no parece interesado en su anterior víctima y de un salto se alza para ir tras de mí. Sé que puedo llamar la atención de los no conscientes que pueda haber a la redonda, pero no me importa y le disparo antes de que pueda alcanzarme. Cierro los ojos, asqueada, cuando escucho el rebote de su cuerpo en el suelo, a mis pies. Me alejo instintivamente, intentando apartar la imagen de su boca escurriendo sangre y su aspecto repugnante. Antes de marcharme, le doy un vistazo al cuerpo humano en que estaba entretenido el no consciente antes de que yo llegara.

No quiero acercarme, desde mi posición soy capaz de ver las vísceras fuera de su estómago y entender lo que el no consciente hacía con él. Vic Clayton dijo que las ratas y los no conscientes mordían a las personas, ese era el objetivo del Virus X: expandir la enfermedad por medio de una mordedura; no dijo que se las comieran. Porque eso es lo que estaba haciendo el no consciente: devorando el cuerpo.

A los pies de la víctima vislumbro mi mochila. Casi grito de la emoción, pero me contengo y mejor corro hacia ella. La tomo posesivamente, pero advierto en las manchas de sangre que tiene impregnadas en la tela. Veo al sujeto, solo su rostro, y ato los cabos sueltos hasta encontrar una explicación congruente al paradero de mi mochila. Este hombre debió robármela cuando yo dormía, pero el no consciente lo atrapó antes de que pudiera ir más lejos.

Me da lástima su triste final, pero me alejo de ahí antes de que más no conscientes vengan. A mitad del camino tengo que inclinarme sobre un montón de zarzas para vomitar mientras el recuerdo del aspecto del no consciente y el cuerpo lacerado me inunda la mente. Cuando creo que he terminado, una nueva oleada de arcadas me obliga a volver a reclinarme para vaciar la poca comida que he ingerido.

Acabo con el estómago completamente vacío, pero curiosamente no tengo hambre, ni creo que la tenga en mucho tiempo, no hasta que olvide lo que vi. Me limpio los restos de vómito con el brazo de la sudadera y me enjuago la boca con agua. Agarro un trozo de chocolate de la única tablilla que me queda y lo mastico con prontitud para quitarme el mal regusto que me ha quedado a causa del vómito.

No regreso a la cueva, sino que sigo mi camino por debajo de las vías del tren aéreo. Debo caminar todo lo que pueda mientras el Sol siga puesto. Cuanto más antes llegue a Grux estaré a salvo y me reuniré con Alya y Brya.

ErradicaciónWhere stories live. Discover now