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Tenemos una buena cena, y todos nos vamos a dormir con el estómago lleno, más lleno que cualquier otro día.

La llegada de Estaquis entusiasmó un poco a todos, pues su presencia nos demuestra que todavía hay personas, personas sanas e intactas, en la ciudad. No todo está perdido. Le di al Sr. Sterling las fresas que recolecté. Le saqué una sonrisa, pero cuando me preguntó cómo lucía su jardín y tuve que decirle la verdad, la sonrisa se desgarró y se convirtió en una mueca triste. Alya y Brya me recibieron con besos y abrazos; tenían miedo de que no volviera. El Sr. Sterling y Vladimir nos dijeron después de la cena que no sería necesario salir mañana, podemos tomarnos un descanso, pero el lunes volveremos a buscar cualquier cosa servible en las casas antes de que las personas las saqueen antes que nosotros, si es que aún quedan personas.

Al despertar, veo el rostro de Brya a unos cuantos centímetros del mío. Me sonríe como cuando me quiere jugar una broma, y se aleja un poco para darme espacio.

—¿Qué ibas a hacer? —pregunto.

—Despertarte.

Brya tiene un modo muy particular de despertar a las personas, haciéndote cosquillas, lazándote agua a la cara o pegándote gritos justo en el oído. Así me despertaba para que me levantara a la escuela cuando me quedaba dormida. Me enfurecía y lo perseguía por toda la casa para asestarle un golpe por despertarme tan bruscamente, mientras él reía y mamá intentaba detenernos. Pero de eso hace mucho tiempo. Cuando cambié él ya ni siquiera entraba a mi habitación.

Le doy un golpecito en el hombro y le revuelvo el pelo. Doblo las cobijas con las que me tapé y ayudo a Brya a doblar las suyas. Desayunamos cada quien en su catre, una sopa enlatada, una rebanada de pan integral y agua o café. Después de poner la basura de latas, botellas y papeles higiénicos en una bolsa negra, limpiar la cocina y el baño, cada quien buscó una entretención mientras llegaba la hora de la comida.

Me voy a sentar en el suelo junto a Rex y Maxell que tienen las orejas pegadas a un viejo radio. Maxell se lleva un dedo a los labios indicándome que guarde silencio, y por un momento lo hago, nos quedamos los tres quietos, hasta que la curiosidad me gana y tengo que preguntar:

—¿Qué están haciendo?

—Intento conectarme a la estación de Vic Clayton. Hace dos días que no recibimos noticias de él —responde Rex, y en voz queda añade—: Tal vez lo hayan descubierto...

Deja la frase en el aire, para que nosotras dos hagamos nuestras propias suposiciones. Los tres sabemos qué puede sucederle a este sujeto, Vic Clayton, por transmitir información que no le concierne: el encierro, o incuso la muerte. Los guardias —si aún siguen vivos— podrían escuchar su estación, investigarlo e irlo a apresar por emitir información ilegalmente, información que la Confederación no quiere que conozcamos.

Rex hace algunas maniobras con el viejo radio, pero solo emite unos extraños sonidos agudos. Tarda minutos así, y cuando estoy a punto de dejarlos a los dos para que continúen porque ya me canse de esperar, se escucha una voz. Entrecortada y esporádica, pero la percibo. Y a los minutos se hace más clara, hasta que puedo escucharla con un leve rumor de fondo.

«Todo está... arruinado. Hospitales, centros de acopio, tiendas, reservas, transportes... arruinados. Es como si en el instante en que las ratas químicamente alteradas entraron a las ciudades todo se hubiera estropeado. Es impresionante como en seis días, en una semana, todo se vino abajo. Y es como si la Confederación hubiera desaparecido del mapa, como si nuestros gobernantes hubieran desaparecido, como si Augustus Rhys hubiera sido tragado por la tierra. No enviaron un boletín o mandaron una alerta para informarnos la situación y lo que teníamos que hacer ante la catástrofe. No enviaron a sus millares de guardias y ni siquiera, hasta ahora, han brindado ayuda a los sobrevivientes. ¿Por qué? Eso ustedes ya lo saben.»

ErradicaciónWhere stories live. Discover now