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Cuando despierto, lo primero que veo es al Sr. Sterling sentado a mi lado sosteniendo dos tazas en sus manos.

—Buenos días —dice.

Paso una mano por el catre de Brya, pero la superficie está fría. Me levanto enseguida, con el miedo bombeando dentro de mí y el pensamiento atroz de que tal vez se lo hayan llevado las criaturas. Alya tampoco está en el catre.

—¿Dónde están?

—Tranquila, Francis. Están jugando dominó con Vladimir. —Señala con un dedo sobre mi cabeza. Me volteo rápidamente y los veo sentados en el suelo frente al hombre ceñudo. Me tranquilizo considerablemente—. ¿Prefieres café o té?

—Café, por favor.

Me tiende una taza y él se queda con la otra. Me siento con las piernas cruzadas y le doy sorbos hasta que me calienta el estómago y me deja un buen sabor en la boca. Miro mi reloj. Son pasadas de las once de la mañana. Estamos a veinte de enero. Han pasado tres días desde que todo empezó.

—Seguramente estás confundida —dice él después de un rato.

—Todos lo estamos, ¿no? Nadie se esperaba esto, ¿o sí?

—No, nadie lo veía venir.

Está a punto de decir algo más, pero un hombre al otro lado de la estancia pronuncia su nombre y tiene que marcharse a hablar con él. Pero antes de irse me dice que hablaremos luego sobre el tema. Termino la taza de café minutos después, y quiero otra, pero no soy capaz de levantarme y pedirla. Sostengo la taza vacía en mi regazo y me entretengo viendo a Alya y Brya jugar dominó con el sujeto de nombre Vladimir. Al rato una mujer viene a mí y sin decir nada se sienta a mi costado y recarga la espalda en la pared. No le hablo, pero tampoco me retiro. Permanecemos en silencio por mucho tiempo, hasta que ella hace un extraño ruido de chasquear la lengua, como si masticara chicle, y me dice:

—Me llamo Maxell.

Levanta su mano en un saludo formal, y con indecisión se la estrecho.

—Francis —respondo.

Me sonríe, y al hacerlo reluce un diente de metal entre su dentadura.

—Vives aquí, ¿no? Con toda esta gente ricachona.

Aprieto la taza entre mis manos. Sé que personas como yo no le agradamos a la mayoría de la población de Avox por tener una vida diferente a la de ellos, llena de lujos y «excentricidades», como ellos dirían. Es por eso que vivimos muy apartados de las personas pobres. Tenemos nuestras propias tiendas, nuestras propias villas, para no tener que socializar con las personas que no son de nuestra misma clase. Aunque no se nos aparta totalmente, pues a veces, en los centros comerciales se ven personas harapientas comprando en tiendas importantes. O hay chicos que consiguen becas completas y tienen la oportunidad de estudiar en nuestras escuelas. Y, por lo que veo, Maxell no pertenece aquí.

—¿Cómo lo sabes? —pregunto sigilosamente.

—Tus zapatos. —Los señala con un dedo calloso—. Donde yo vivo un par de esos cuesta demasiadas unidades, lo suficiente para alimentar a una familia por semanas.

No le digo que mi padre es uno de los dueños de Carruax. Eso, seguramente, la pondría loca y me odiaría el resto de mi estadía aquí.

—El Sr. Sterling también vive entre toda esta gente ricachona —replico, puntualizando la misma palabra que ella utilizó.

—Sí, pero él es diferente —objeta—. Lo conocí hace unos años, cuando mi familia y yo pasábamos por una racha económica. Nos ayudó. Y ahora lo está haciendo otra vez.

ErradicaciónWhere stories live. Discover now