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Salimos muy de mañana, antes de que el Sol se ponga, con la diminuta esperanza de que hoy nos vaya bien y encontremos tanta comida como alcance en las mochilas.

—Ahí. —Maxell apunta una casa de un piso, una de las menos lujosas en Villa Avox.

Abro el cerrojo de la cerca y subo los peldaños hacia la puerta de entrada. Hasta que ingreso es que me doy cuenta que Maxell no se ha movido de su sitio.

—¿Qué? ¿No vas a entrar?

—Entraré a la siguiente. Las recorreremos con rapidez si nos separamos. ¿Crees poder sola?

Un estremecimiento me flaquea las rodillas, pero asiento intentando parecer segura. Dejo de par en par la puerta por si tengo que salir corriendo, trago saliva y entro a la cocina con la pistola arriba. Hurgo entre los cajones y las alacenas, encontrando únicamente excremento de cucarachas y ratones, latas vacías y empaques raídos de cereales.

En estos últimos días se ha vuelto siempre lo mismo en cada casa a la que entramos: no encontramos nada. Saldré de aquí y me encontraré con Maxell para que me diga lo mismo que yo le diré: no hay nada.

Estoy tan irritada que pateo un bote de basura con la punta del zapato. Se le cae la tapa a unos cuantos metros y ocasiona un chasquido, pero es lo suficientemente fuerte para que me asuste. Me apresuro a recoger la tapa, y es entonces cuando veo a una mujer arrastrándose en el umbral. Tiene profundos rasguños que sangran en el rostro y brazos, y carece de una pierna. La vista resulta horrorosa, pues se le pueden ver los huesos y la piel en carne viva que sangra y supura un líquido blanco.

—Ayúdame, ayúdame, por favor.

Se arrastra con las uñas, clavándolas en el suelo y lastimándoselas tanto que también le sangran. Me alejo trastabillando, su mano toca mi tobillo, sus ojos me suplican y el miedo explota en una descarga en mi interior. Me suelto de su agarre y retrocedo torpemente.

—Ayúdame, por favor. Me duele mucho. Necesito que me ayudes.

—Y-yo no puedo.

—Por favor. Llévame contigo.

Mi espalda choca contra una mesa y la mujer vuelve a agarrarse de mi tobillo.

—¿Qué le ha pasado a tu pierna? —Apenas puedo encontrar mi voz.

—Tuve que cortarla. Ayúdame, por favor. Ayúdame. Ayúdame.

El Sr. Sterling dijo que ya no lleváramos sobrevivientes. Además, si los no conscientes la han mordido, en cualquier momento se convertirá.

—N-no puedo llevarte conmigo.

Su mirada deja de ser suplicante. Algo sombrío se instala en ella. Furia. Sus uñas se encajan en la piel de mi tobillo y empieza a gritar como desquiciada.

—¡Ayúdame, ayúdame, ayúdame!

Intento alejarme, pero no puedo. Sus manos ensangrentadas me jalan. No sé qué hacer.

—¡Tienes que ayudarme! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!

Se escucha el estruendo de una pistola, y al instante la mujer deja de moverse. Maxell aparece en el marco de la puerta con la alargada pistola apuntando al cuerpo ahora inerte. Me zafo de su flojo agarre en mis tobillos y salgo corriendo de la casa. Cierro los ojos y me quito de la cabeza el horrible aspecto de la mujer. Nunca en mi vida había visto imágenes como la de su pierna trozada y supurante. Recordarlo resulta... escalofriante.

—¿Estás loca? —Maxell me toma de los hombros y me zarandea—. ¿Por qué no le disparaste?

Solo una vez, cuando tenía once años, tuvimos que destripar en la escuela a una rana para examinarla por dentro. Es la única vez que vi algo así, hasta ahora.

ErradicaciónWhere stories live. Discover now