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Al salir de la carpa todo me resulta confuso y mis sentidos están alertas. Uno de los guardias detiene la cortina para que salga, y el simple movimiento de su brazo me hace dar un brinco asustada. Me alejo de aquí lo antes posible y no intento localizar a Kesha. Voy al baño y me lavo las manos con mucha agua. Aunque sé que fue un ensueño, la sensación de mis manos llenas de la sangre de esa cosa me desagrada.

Me hundo en mis pensamientos en cuanto la primera clase inicia. No sé qué tienen en semejante el nuevo cambio que promete el gobierno con este examen. Ni siquiera sé por qué la prueba consistió en ese hombre enfermo tratando de morderme.

Permanezco alerta durante todas las clases. Cualquier cosa o movimiento hace que me ponga a la defensiva y adopto la manía de frotarme las manos en la falda pensando que las tengo llenas de sangre. Cada vez que cierro los ojos, vislumbro el rostro descompuesto del hombre. Entonces tengo que repetirme que solo es un ensueño.

He escuchado hablar antes de los ensueños. En la entrevista de trabajo que mi madre tuvo la durmieron en un ensueño para medir sus capacidades en el trabajo. A la mayoría se les somete a uno cuando va a pedir un préstamo en el banco, compra algo de valor o tiene una entrevista de trabajo. Pero ¿para qué sirve el ensueño al que me sometieron a mí? ¿Qué intenta el gobierno probar en mí, en todos?

—Hasta que te encuentro, Francis. —Es Kesha—. Te busqué por toda la escuela. ¿Dónde te metiste?

—He estado aquí desde que sonó el timbre —respondo.

—Como sea. —Rueda los ojos—. Salgamos de aquí, quiero fumar.

La acompaño a la parte trasero de los salones, donde la alambrada divide la preparatoria del bosque. A Kesha le gusta venir aquí a fumar y criticar a los profesores.

—¿Quieres?

Me ofrece un cigarrillo de la cajetilla, pero yo me niego. Siempre me niego, y ella siempre me insiste.

—Como quieras, no es como si te fueras a morir con fumar solo uno.

No respondo. Mi vista se posa en un punto más allá del bosque e intento no pensar en el ensueño. Aunque prestarle atención a Kesha tampoco resulta reconfortante, pues sé lo siguiente que me dirá.

—¿Nunca aceptas uno porque tus padres no te lo permiten? Santos cielos, Francis, has hecho cosas peores. Fumar un cigarrillo no es nada comparado a...

—Cállate, Kesha.

Llega un punto en el que Kesha resulta irritante y no quiero verla en un largo tiempo. Pero luego recuerdo que es la única amiga que tengo, la única que se fija en mí por aquí, la única persona con la que converso.

—Lo que tú digas —masculla, y en tono más bajo me llama «mojigata».

Sé que lo que dice es cierto: he hecho cosas peores que fumar un simple cigarrillo. Si mi ropa huele a tabaco y mis padres lo notan, eso no es nada comparado a las canas verdes que en los últimos meses les he sacado. He cometido tantos atrevimientos que ya ni siquiera reconozco a la Francis de antes.

—Dame eso —digo, y le arrebato la cajetilla y el encendedor.

La primera vez que fumé un cigarrillo fue hace un año, cuando empezaba a juntarme con Kesha. Ella siempre carga una cajetilla en su bolso y fuma por lo menos diez cigarrillos al día. Recuerdo que me ofreció uno y lo acepté indecisa. Lo coloqué entre mis dedos como ella lo hacía, y al aspirar el humo tosí por más de un minuto hasta que el rastro se esfumó de mi boca y Kesha me ofreció un trago de su botella de agua. Desde esa vez continué fumando más veces, pero no tanto como ella. Solo lo hacía cuando me encontraba realmente tensa o Kesha me desafiaba. Como ahora.

—¿Cómo te fue en la prueba? —le pregunto.

—Ni siquiera lo recuerdo. Curioso, ¿no?

Expulso el humo de entre mis labios y giro el cigarrillo entre mis dedos para sacudirle el polvo.

—¿A qué te refieres? ¿No recuerdas el ensueño que tuviste?

—Solo recuerdo que una mujer me hizo acostarme en una camilla, me dio a beber un líquido rojo y me quedé dormida. Me desperté con un dolor en el brazo. La mujer me hizo levantarme y me sacó diciéndome que la prueba había finalizado.

—Entonces, ¿no recuerdas el ensueño?

—Ya te dije que no recuerdo nada cuando dormí.

—¿Te dijo si aprobaste el examen? —inquiero.

—Creo que dijo algo como: «No te necesitamos. Puedes irte». ¿Por qué? ¿Qué te pasó a ti?

Dije que Kesha es mi única amiga. Pero eso no significa que le cuente todo lo que me sucede. Ni ella a mí. Guardamos nuestros propios secretos de la otra.

—Me dijeron lo mismo que a ti —miento.

Le doy una calada al cigarrillo y justo cuando estoy por expulsar el humo, una persona aparece por el otro lado de la alambrada. Sus pasos son lentos, mueve un pie tras otro. Sus prendas están sucias y rotas. Su rostro es irreconocible. Emite un extraño ruido y su pierna derecha está llena de sangre.

—¿Quién es? —murmura Kesha.

Es un hombre. Ni siquiera nos mira. Camina al lado de la alambrada; parece que en cualquier momento caerá.

Kesha se mueve, seguramente quiere acercársele. La sujeto del brazo y niego con la cabeza. Ella mira otra vez al sujeto, que ya se va alejando calmosamente, perdiéndose entre los árboles.

Nos quedamos en silencio por mucho tiempo, hasta que ella dice:

—Seguro es un vagabundo.

Pero yo sé, muy dentro de mí y aunque no lo quiera aceptar, que ese hombre tiene un gran parecido al sujeto de mí ensueño.

ErradicaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora