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Vislumbro el bosque, una apartada y torcida línea verde en el horizonte. Es muy diferente a Avox, donde lo que se distingue desde lejos son sus rascacielos de vidrios brillosos que sí parecen tocar las nubes. En cambio, el bosque no es más que un cúmulo de árboles inmensos un poco menos grandes que los rascacielos.

Al introducirme en la espesura siento el cambio, la transformación del ambiente. Huele a naturaleza, a pinos, a maleza y a tierra mojada. Mis pisadas crujen al conectar con las hojas secas y la hierba, así que camino lentamente y con sigilo. Miro mi entorno con atención, las colosales copas de los árboles y la extensión de terreno verde para revisar que no haya no conscientes cerca. Será un tanto fácil ocultarme de ellos, pero también será difícil distinguirlos entre tantos árboles y maleza.

Miro sobre mi hombro lo que he dejado atrás. Avox se alza como una ciudad imponente; desde lejos no se ve el daño que ha sufrido, se mira intacta, aunque no en movimiento. Ya no es ruidosa, no se oyen las bocinas de los autos en medio del tráfico o las voces de las personas, las conversaciones. Me pregunto cuándo empezara a deteriorarse o a perder su belleza urbana que la caracterizaba de entre las diez ciudades, cuándo los no conscientes terminarán con ella.

Cuando los árboles ocultan los edificios y creo estar lo bastante lejos para no ser alcanzada por algún no consciente, saco de la mochila el mapa que tomé de la licorería y lo extiendo sobre una roca para ver dónde queda Grux.

Encuentro mi ubicación en el papel. En este momento estoy en el lado sur de Avox, entre el final de la periferia ciudadana y el comienzo del bosque. Al este está el mar, y al oeste encontraré más bosque, pero no me dirijo hacia allí. Una manera de guiarme es por medio del tren aéreo, aunque tendré que rodear más. El tren recorre la periferia ciudadana y va de norte a sur en línea recta. Si tomo el rumbo del tren aéreo cuando llegue al sur, me llevará directamente a Lulux, y cuando haya cumplido con su recorrido en esa ciudad, se dirigirá a Grux.

Es un viaje largo, aunque tardaré más si lo hago a pie. Serán alrededor de tres o cuatro de días en tren, si no es que más, y puede ser peligroso, porque no sé si seré la única pasajera. En cambio, si camino podría seguir la línea que marque el tren encima de mí, y cuando él llegue a la frontera de Avox y los comienzos de Lulux, rodear por el bosque para no entrar a esa ciudad que obviamente también está contaminada, hasta llegar a la siguiente ciudad, Grux.

No sé cuánto tiempo me lleve llegar a Grux si hago el recorrido caminando, probablemente más de una semana, no lo sé exactamente.

Con un poco de lodo de un charco que dejó la nieve al derretirse y una ramita puntiaguda trazo el trayecto que tengo planeado hacer. La rama va dejando un rastro de lodo por donde la voy moviendo para recordarme por dónde iré. Sé que más tarde se borrará, así que tendré que volverla a remarcar. Doblo el mapa hasta convertirlo en un pequeño cuadrado de papel con el tamaño correcto para fácilmente guardármelo en el bolsillo y reanudo la marcha.

Primeramente, tengo que encontrar las vías flotantes del tren que deben de estar cerca; se encuentran en el bosque, así que solo tengo que caminar un poco hasta encontrarlas. Guiándome por ellas me llevarán al sur, a Lulux.

Encuentro una rama que me llega al pecho, gruesa y fuerte. La agarro con una mano y me apoyo en ella. Me ayudará a sostenerme si llego a tropezar, o también como defensa, si encuentro a un no consciente. Diviso las vías de hierro a la lejanía, altas e incansables, sobre los árboles más altos. Caminaré debajo de ellas, o al menos muy de cerca, sin perderlas de vista.

El camino es irregular, lleno de surcos en el suelo y grandes troncos que tengo que subir o esquivar, mis pisadas se vuelven ruidosas por las hojas secas. Mantengo la mirada anclada en el horizonte, atenta a cualquier clase de movimiento o sonido. Hasta el momento solo he escuchado el canto suave de los pájaros, el batir de las ramas por el aire y mis pisadas contra la maleza. No puedo evitar pensar que hubiera sido preferible el viaje si me hubiera acompañado la niña. Las dos estaríamos atentas y haríamos más pasadero el recorrido. Al principio la soledad me puede parecer buena compañía, pero ¿y después de mucho tiempo de permanecer sola? La niña y yo hubiéramos podido conversar, y así el viaje ocurriría más rápido y menos cansado. Pero la niña ya murió.

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