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Tengo una pesadilla. Es sobre mamá tirada en el asfalto y con las extremidades abiertas. Está empapada de sangre. De su sangre. Y al acercarme a ella para levantarla, veo que está muerta. Sin vida.

Entonces despierto.

No estoy en mi habitación de paredes blancas. No escucho a mis padres hablando en la cocina. No huelo el café que prepara mamá. No suena mi despertador al lado de mi cama. Ni siquiera estoy en mi cama.

Me encuentro sentada en el frío suelo de un almacén. Brya y Alya están cada uno a mi costado, abrazándome tan fuerte que tal vez me asfixien, tan dormidos para percatarse de ello. Los recuerdos del día anterior se agolpan en mi cabeza, pero intento mantenerlos a raya. Mis extremidades están entumidas por permanecer en la misma posición por tantas horas, así que intento mover los pies para que la sensación desaparezca. Con cuidado retiro la cabeza de Alya de mi hombro y la recargo en una caja. Hago lo mismo con Brya, quitándolo de mi pecho y recostándolo en el suelo. Echo sobre los dos la bolsa plástica, aunque siguen temblando del frío. Es ahora, encontrándome aquí, que me arrepiento por haberme puesto esto shorts. Hubiera estado mejor que me vistiera con unos jeans. Pero el hubiera no existe...

Me levanto lentamente. Resulta doloroso tratar de moverme después de permanecer horas totalmente inmóvil. La sensación de entumecimiento es penetrante, pero conforme me muevo va desapareciendo. No veo a ninguna rata; aun así no debo confiarme. Probablemente estén por ahí, escondidas a la espera de que salgamos. O dormidas, si es que duermen. Tienen un aspecto anormal a las ratas que yo conozco, por lo que seguramente no compartan las mismas costumbres que las ratas normales.

Pongo las dos bolsas plásticas repletas de alimento en una esquina. Hay pilas y pilas de cajas que tocan el techo. Inicio con el montón más bajo. Le quito la cinta adhesiva que la mantiene cerrada y lo único que veo son cervezas. Abro tres más, y en estas también encuentro lo mismo. Al quitar una caja de una pila inmensa vislumbro una puerta. El montón de cajas la oculta, pero al quitarlas todas es claramente visible. Tiene un letrero que reza: «Salida de emergencia». Al querer abrirla, sin saber exactamente lo que encontrare al otro lado, no cede. Está cerrada.

Hasta ahora no había pensado en nuestras escapatorias. Tenemos comida y agua, pero no nos durara días. En algún momento tendremos que salir. Pero puesto que yo misma puse el candado en la rendija de la alambrada y no poseo la llave, nuestra única escapatoria viable es esta salida de emergencia.

Intento forzar la manija, tal vez esté atascada. Es imposible.

Después de intentarlo por minutos interminables y ansiosos me dejo caer en el suelo al lado de las bolsas de comida. El ruido ha despertado a Alya y Brya. Me miran con los ojos abiertos, acurrucados muy juntos y aferrando la bolsa negra con los dedos. Una punzada de lástima por los dos me invade; tan solo son niños, no deberían estar pasando por esto. Alya tiene once años y Brya seis. Pero me sorprende la fortaleza que han mostrado.

—¿Se han ido? —susurra Brya.

Miro en dirección a la licorería. Todo permanece quieto y en silencio.

—Es lo más probable—respondo para animarlo. Aunque yo no estoy tan segura de que realmente todo haya terminado—. ¿Tienen hambre?

Los dos, vacilantes, miran las bolsas donde se traslucen las envolturas de las papas fritas y asienten lentamente.

—Agarren lo que quieran —digo.

Me levanto otra vez con fuerzas renovadas para intentar forzar la puerta.

—¿Tú no vas a comer? —me pregunta Alya.

—No tengo hambre —miento.

Alya se arrodilla para alcanzar una bolsa, pero antes siquiera de que la alcance, se escucha un ruido. Es como un gruñido perteneciente a un ser vivo.

ErradicaciónWhere stories live. Discover now