Perdidos

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Hubo mundos donde ella podía esconderse, lugares donde ella podría escapar de sus recuerdos, lugares que solo ella conocía y podía ir cuando quisiera.

Lugares donde nadie la encontraría, lugares donde hasta un susurro podría ensordecer, lugares donde no existe nada más que la soledad.

Cuando sus sueños se quebraron ella huyó lejos de todo, escondiéndose en el lugar más oscuro y silencioso de su corazón.

Ella era un ave nocturna que solo florece cuando la luz del sol se apaga.

En ese lugar, inmerso de oscuridad, no había forma de hallar la luz en ningún rincón, pero ante la presencia de la diosa, las sombras se apartaron, ante su mirada la noche se hizo día, ante su belleza la penumbra brillaba.

Y donde sea que estuviera, yo la iba a encontrar...



Abrí los ojos oyendo mis propios gritos al despertar, estaba en lo más profundo de una cueva tan solitaria como un abismo profundo, respiraba aceleradamente con la terrible sensación de que algo me perseguía.

Sentía tanto frio que mis brazos dolían, sin embargo, al mirar a mi alrededor todo se veía muy cálido.

La cueva era un lugar húmedo donde se podían escuchar gotas cayendo de todos lados, cualquier ruido allí se escuchaba como un rugido envuelto de ecos.

A lo lejos se escuchaba una fuerte catarata.

Yo respiraba como si esos fueran mis últimos soplidos.

El techo de la cueva estaba cubierto de piedras relucientes, en las paredes rocosas colgaban enredaderas que eran tan brillantes como luces de navidad.

Aún seguía soñando.

Estaba acostado en una cama para acampar con una ropa distinta, a mi lado había una fogata, y el auto rojo estaba estacionado no muy lejos de mí.

Mis brazos estaban vendados con varias capas de gaza.

Cerré los ojos un instante buscando solo desaparecer.

El fuego y la ceniza invadieron mis pensamientos, escuché gritos y alaridos, todo en mi cabeza retumbaba y el miedo me invadía, y no podía hacer nada para detener el horror.

Abrí los ojos escuchando algo muy lejano, un sonido noble y magistral, era el eco de un violín que tocaba una melodía dulce, me levanté poco a poco y miré a todos lados.

Aquella música me guiaba.

Caminé descalzo por la cueva.

Un viento congelado me rodeaba.

Llegué a un agujero donde el viento era más fuerte y la luz de una luna gigante me cegaba.

Delante de mí había un precipicio, y debajo de eso una caída de varios metros por una montaña.

Al mirar esa enorme caída no di un paso más.

Un árbol cubierto de lianas crecía de manera horizontal, sus raíces nacían desde el precipicio y crecían hacia el vació volando sobre él.

Ese sonido magistral venía de la copa de un árbol colgante.

Allá, sobrevolando el vacío, de espaldas a mí, estaba la pelirroja sentada sobre las ramas.

Tenía un violín color caoba en sus manos, el arco se movía lentamente como una caricia de amor.

Aquella chica tocaba una extraña canción, era un ritmo alegre lleno de compases suaves, pero sus melodías eran dolorosas, como si el compás de aquella música ocultara algo triste.

La Chica de la CarreteraWhere stories live. Discover now