Amanecer

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Ella se acuesta a mi lado, me susurra al oído versos que me hacen sentir más fuerte, su olor me envuelve y sus brazos me aprisionan, deseo tenerla cerca, tan cerca que nuestros átomos colisionasen entre sí, ella acaricia mi rostro, me fundo en su pecho pues sé que en su corazón yace mi hogar. yo confío en ella, sé qué nunca me traicionará.

Nadie nos podía separar.

Abro los ojos y de repente el horror se apodera de mí.

Dos demonios con mandíbulas enormes y dientes afilados aparecen frente a mí, besándose.

Ellos dos me han traicionado.

Sus risas son horrorosas.

Escucho gritos.

Son mis gritos.



Salté del colchón y caí revolcándome sobre la arena blanca.

Grité lo más fuerte que pude, mi mente estaba a punto de explotar.

Miré a mi alrededor y vi que me encontraba de nuevo en aquella playa de arena blanca, había visto algo tan horroroso que sudaba por el terror, una especie de terror que no me dejaba ni respirar, pero al mirar de nuevo a mi alrededor vi que solo era una pesadilla y que nada de eso había sido real.

Sin embargo, yo temblaba como un terremoto.

—¿Estas bien? —dijo una voz a lo lejos.

Me volteé a mirar el mar, allí estaba la pelirroja, lejos de mí, sentada cerca de la orilla, ella me miraba dándose la vuelta preocupada de mis gritos, yo respiraba con dificultad.

—Si —dije ocultando mis nervios—, solo fue una pesadilla.

Ella me miraba con ojos escépticos, luego se giró de nuevo para seguir viendo el mar, el sol comenzaba a salir del agua y se reflejaba sobre el océano como una pista de baile, la pelirroja estaba sentada en la arena abrazando sus piernas y ocultando su cara en sus rodillas, era como si ella hubiera estado allí durante horas esperando a que yo despertara.

Si es que realmente había despertado.

Entonces me di cuenta que el sol salía exactamente de donde se había ocultado el día anterior, lo cual era algo imposible.

Ella dijo algo tan despacio que casi no la pude escuchar.

—Yo también tuve una pesadilla.

La miré un instante viendo como observaba el mar, tan solitaria y melancólica, esperando que sus pies se mojaran con las pequeñas olas que rozaban la arena, ella estaba en una paz tan pura, tan fúnebre, que perturbarla hubiera sido un pecado.

Estuve observándola un buen rato hasta que el sol hubo salido por completo.

Estaba sentada allí con un desanimo tan fúnebre que me rompía el corazón.

Y sin advertirlo, ella se levantó y saltó al agua, en la soledad más absoluta, nadando para alcanzar el sol, nadando hasta que ya nada pudiera seguirla.

Y allí estuvo durante mucho tiempo, sin explicar por qué, sin decir una sola palabra.

Un mundo entero rotaba alrededor de su cabeza, sombras espeluznantes, silencios imperturbables

Solo nadaba, y nadaba, hasta que las olas se calmaron, hasta que las pesadillas se disolvieran en el agua.

Unas horas después estábamos frente al auto rojo cuyo maletero seguía abierto.

La Chica de la CarreteraWhere stories live. Discover now