Troncos en la Arena

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Una mujer tan pura como el cielo despejado, viene a mí y me engulle en sus caricias, mientras mis ojos están cerrados yo la admiro, no necesito verla para saber que es ella la que me llama, la amo porque sé que es una diosa, me dejo caer en sus encantos y sus caricias me invaden, ella está allí frente a mí con un vestido blanco, ella acerca su rostro al mío, y aunque no puedo verla, siento su respiración en mis labios.

—Siempre estaré contigo.

Desperté acelerado.

Estaba recostado sobre mi asiento, mientras dormía creí sentir algo cerca de mí, un aliento que me susurraba felicidad, una mujer frente a mí que jugaba con mis sueños.

Al abrir mis ojos una luz fugaz venía de la ventana del piloto, no tardé mucho tiempo en darme cuenta que se trataba del sol que ya empezaba a ocultarse.

Por un momento me sorprendió que el sol no fuera gris.

Hace pocas horas que habíamos partido de aquel pueblo de fantasmas.

Desde entonces no nos habíamos dicho ni una palabra durante el viaje, yo me sentía extraño por estar allí con ella, no supe que decirle, solo recosté mi cabeza a la ventana esperando que llegáramos rápido a nuestro destino.

No pensé que me quedaría dormido tan fácilmente en mitad del viaje, mucho menos pensaba que fuera posible dormir si ya estaba dentro de un sueño.

Al levantarme acaricié el viento frente a mí, ¿quién era esa mujer que me había despertado?

De inmediato busqué a la pelirroja dentro del auto.

Allí no había nadie.

La busqué incesantemente esperando que no me hubiera abandonado aquí, pasé varios minutos revisando todo el interior, luego salí del vehículo sin mis sandalias y sentí que el suelo era suave.

Miré la carretera y vi que todo estaba cubierto de una arena blancuzca, muy parecida a la nieve salvó por su forma que era similar a las olas del mar, dos pisadas se marcaban en la arena siguiendo un camino hacia adelante.

Seguí el rastro hasta que escuché el sonido del mar acariciando mis oídos, miré hacia adelante y vi un océano lleno de colores, aquella era una playa donde las olas hacían ruidos de campanillas, todos los colores habían regresado a excepción de la blanca arena, sentí una gran paz surgir de todos lados como un viento silbante, aquella ilusión era indescriptible.

Entonces, mientras observaba el mar y al sol ocultándose en ella, descubrí a la pelirroja bañándose en las aguas poco profundas.

Tenía un bikini pequeño y su cabello mojado era igual a la lluvia, reía maravillosa mientras bailaba sola a un son que no podía escuchar, el mar bailaba con ella chapoteando a su alrededor como un torbellino de gotas mágicas, juraría que en ese torbellino pude ver algunas figuras con forma humana.

Ella se detuvo un instante observando el sol que se ocultaba en el mar.

Mis ojos la veían a ella, pero sus pensamientos me eran invisibles.

Se hundió en el mar y nadó lo más lejos que pudo en dirección al sol.

Se levantó con respiración acelerada y luego golpeó las aguas con fuerza, tomó un poco de agua entre sus manos y se limpió la cara.

Luego alzó la mirada lentamente y me observó desde lejos con una sonrisa.

Hey, Víctor —gritó la pelirroja cuando supo que yo estaba allí en la orilla, observándola como un espía.

¡Demonios!, yo la estaba mirando.

Me di la vuelta para que la pelirroja no se sintiera incómoda de mi presencia, miré la arena blanca, las rocas de color arcoíris, y las palmeras con formas de parasol, quedé ilusionado con todo aquello como en un sueño lúcido, aquel lugar se sentía familiar.

La Chica de la CarreteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora