Despertar

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Abrí mis ojos lentamente, vi que el techo de madera seguía manchado por las goteras, me quedé en mi cama un buen rato sin mover un solo músculo, había tenido un sueño muy extraño, pero no podía recordarlo del todo.

Me levanté de la cama por el lado izquierdo y me senté para estirar mis brazos, yo no era especialmente rápido en eso de despertarme, pero en ese momento quería darme más tiempo de lo normal.

Mi habitación era un ático muy desarreglado pero acogedor, la madera cubría casi todos los rincones de ese lugar, solo una única gran ventana lograba hacerse lucir entre tanta madera, era triangular y seguía la misma forma del techo de dos aguas, me dirigí hacia ella y vi que afuera los niños ya estaban jugando en el patio, aquella visión lograba sacarme una sonrisa.

Al mirar más allá del jardín vi que una mujer pelirroja se agachaba para hablar con los niños y jugar con ellos, su silueta era perfecta.

Abrí el armario que estaba casi vacío, solo una camisa holgada y un pantalón marrón de campesino, me los puse con cuidado.

Me vi en el espejo de salón que estaba guardado en ese ático, a pesar de mi vaga vestimenta y mis notables ojeras, los ojos brillantes del chico en el reflejo me cautivaban, bajé mi mirada y me arreglé los botones de la camisa ignorando esos ojos que provocaban extraños pensamientos en mí, aquel rostro que se mostraba del otro lado del espejo me miraba con tristeza.

Salí por la puerta, aunque tuve que empujarla para lograr abrirla, bajé por las escaleras evitando las cajas y los cabellos tirados, esas escaleras rechinaban mucho al pisarlas, seguro todos en la casa ya eran conscientes de que me había despertado.

—Víctor —gritó la cuidadora de la casa—, sinvergüenza, nunca te despiertas temprano para ayudarme.

Vi que llevaba una olla muy pesada así que intenté ayudarla, pero ella se apartó con las típicas rabietas que hacía día tras día.

—No —dijo graciosamente enojada—, ya casi termino, mejor vete a sentar en el comedor.

La cuidadora era una mujer robusta que aparentaba tener unos cincuenta años, a pesar de que luciera tan regañona su rostro tenía una sonrisa natural que daba risa cuando se enojaba, además solía estar muy ocupada y el estrés le era muy común.

Sin embargo, había algo raro en ella.

Caminando hacia el comedor fui por los pasillos centrales de la mansión, las paredes tenían cientos de dibujos infantiles hechos de creyón y tiza, vi dos niños de ocho años peleando por un vehículo de juguete, mientras me alejaba de ellos la cuidadora salió rápidamente a detenerlos a pesar de que hace un momento ella estaba ocupada en la cocina, en verdad ese lugar era un desastre.

Yo solía sentarme a comer siguiendo una serie de modales que en esa casa no eran comunes, los niños tenían diversas formas de engullir sus alimentos, algunas más creativas que otras, un niño comía parado sobre su silla y otra niña usaba las ostras como títeres, los adultos se encargaban solo de los niños más pequeños mientras que los grandes hacían de las suyas.

Me senté en la mesa solo para observar mí alrededor, aquel comedor era enorme, pero había tantos niños allí que el espacio se veía pequeño, ignoré el griterío y todo el cabello desparramado fijándome en la alegría que imperaba en todas partes, ese día había algo raro conmigo, sonreí mirando hacia la nada, como intentando ver más allá de esos colores, ver algo más allá de lo que mis ojos debían ver, estaba feliz.

Un golpe en la mesa me despertó de aquella ensoñación, la cuidadora puso un plato sobre la mesa con fuerza esperando que yo reaccionara, la miré lentamente sin dejar de pensar en todo aquello, luego miré el plato que tenía bollos de carne y tiras de queso, la mujer me veía de manera extraña mientras dejaba un vaso de jugo de fresa en la mesa.

La Chica de la CarreteraWhere stories live. Discover now