La Ciudad de las Luces

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Ya llegamos —dijo la pelirroja con una sonrisita.

Ella condujo el auto por la carretera que iba hacia la ciudad.

Volteé lentamente la mirada hacia el parabrisas y vi cómo nos acercábamos a una luz tan brillante como el sol.

Esa ciudad estaba repleta por luces de neón, por reflectores, por faros y otras luminarias artificiales.

También había nubes que hacían caer rayos de sol sobre los edificios como lluvia de oro, había orbes luminosos que flotaban en el aire, y las paredes de los edificios se iluminaban fugazmente.

¿Eso es?... —balbuceé.

Los edificios eran enormes y gloriosos, desde lejos la arquitectura se veía moderna y minimalista, pero a medida que nos acercábamos podía notar que las paredes estaban llenas de detalles en bajo relieve.

Las puntas de las torres flotaban en el aire como si nada las sostuviese.

Todo era tan limpio y puro que creí haber llegado a las puertas del paraíso.

Era como si la luz del día se hubiera reposado sobre el suelo.

La entrada de la ciudad era un arco enorme cubierto de bajos relieves que daba la bienvenida a los visitantes, y estaba rodeado de rosas que crecían en las paredes como enredaderas.

Al atravesar ese arco pude sentir que la temperatura cambiaba y un cálido sentimiento cubría todo mi cuerpo, era como volver a casa después de mucho tiempo, era como regresar de nuevo donde uno fue feliz.

La urbe estaba plagada en la algarabía de una fiesta permanente, no había ni un solo rincón en silencio ni ninguna guarida que pudiera ocultar el escándalo, volteaba mi cabeza a todos lados ya que siempre había algo nuevo para ver en esas calles luminosas.

La pelirroja conducía por la avenida principal con una sonrisa que cubría toda su cara, ella era víctima del fervor que abundaba en ese lugar.

La pelirroja estacionó el auto rojo en la entrada de un enorme castillo en lo alto de una colina, un señor que llevaba un extraño gorro de bufón le abrió la puerta a la chica, ella bajó del auto y luego salí tras ella sin saber qué es lo que estaba planeando.

Me tomó la mano suavemente y me llevó hacia las puertas.

¿Estás listo? —dijo ella emocionada.

¿Listo para qué? —respondí perplejo.

Entonces la pelirroja se acercó a mí de manera amenazante hasta que su rostro quedó solo a centímetros del mío.

¿Listo para conocer mi reino? —dijo ella apretándose a mi pecho.

Ella se apartó bruscamente y luego corrió adentro perdiéndose en las luces.

El castillo tenía la forma de un palacio medieval, pero las luces que estaban por todos lados lo hacían ver como una enorme lámpara, las torres eran tan altas que ni alzando la mirada pude llegar a ver la cima, era como ver una fortaleza en las nubes.

Apresúrate —gritó la pelirroja, pero yo estaba tan distraído en el fulgor que no le hice caso.

Todo era tan...

...Familiar.

Dentro del castillo había un corredor que seguía cuesta arriba hasta perderse de vista.

Las paredes estaban exageradamente adornadas, eran tantos ornamentos de bajo relieve que confundía la vista, mas todo estaba pintado de un único y resplandeciente color blanco, una combinación entre opulencia y pureza.

La Chica de la CarreteraWhere stories live. Discover now