Ausencia

325 91 0
                                    


Duerme, Juliet.

...Porque cuando despiertes las rosas entonarán tu nombre y los cielos cantarán gloriosas orquestas para ti, serás especial entre todas las mujeres y tu belleza inculcará la inspiración de todo artista en el cosmos.

Tu voz inundará todos los mundos en una vasta armonía, y tu luz guiará el camino de todo hombre perdido, pues has nacido para ser la diosa más grande que ha existido jamás


Juliet, despierta.

La niña volteó la mirada y vio a su tutora que tenía un rostro muy enojado.

Eh, niña, tienes que prestar atención, no puedes vivir toda la vida en el país de los sueños —dijo la tutora.

La niña estaba sentada en una mesa de madera simple, ella veía a través de la ventana hacia los jardines de rosa que impregnaban las afueras del palacio, sin embargo, su tutora no la dejaba concentrarse en ello.

Tienes que prestar atención —dijo la tutora—, Juliet, te estoy dando una clase de poesía, ¿acaso recuerdas eso?

Si —susurró la niña mirando hacia el suelo.

A ver —dijo la tutora—, ¿puedes explicarme que es la métrica silábica?

La niña observó al suelo y no dijo una palabra.

La tutora bajó los brazos cansada de tanto agitarlos frente a la pizarra.

Esa mujer frente a la niña tenía un porte noble, se paraba echando los hombros hacia atrás y mantenía la espalda recta, casi parecía que lo pudiera hacer sin siquiera esforzarse, pero Juliet sabía que era muy difícil hacer esa pose por más de un minuto sin sentir como tu cuerpo se desquebraja.

Juliet —dijo la tutora—, en este mundo las mujeres no tenemos mucho que aportar a la sociedad, si no cultivamos nuestras mentes y nuestras almas con conocimiento y artes, este mundo nos aplastaría.

La niña alzó la mirada y observó de nuevo por la ventana.

No tienes idea de cuanta suerte tienes de pertenecer a esta familia —dijo la tutora con una voz altanera—, la nuestra es una de las familias nobles más poderosas de este vasto imperio, no desaproveches la oportunidad de ser alguien en este mundo.

La tutora puso un dedo frente a la pequeña Juliet con intención de corregirla, sin embargo, ella no era su madre, y la niña lo sabía bien, no había ninguna razón para obedecer ninguna de sus exigencias.

La niña solo miraba por la ventana sin decir ni una palabra.

La tutora tomó a la niña por la barbilla y la obligó a mirarla.

Dime, Juliet —dijo la tutora—, ¿acaso no deseas ser nada más que una soñadora ignorante?

La niña observó a la tutora con una mirada llena de indiferencia.

No, señora Dolphing —susurró la niña.

La tutora sostuvo el rostro de la niña durante un momento, ella no vio en ese rostro ni un ligero atisbo de felicidad, ni siquiera algo de rebeldía, esa mujer que sostenía el rostro de esa niña no era capaz de notar vida emanar de sus ojos.

La tutora solo vio una tristeza muerta en los ojos de esa niña de doce años.

La mujer soltó a la niña, se arregló un poco su vestido y miró a Juliet con firmeza.

La Chica de la CarreteraWhere stories live. Discover now