El Pueblo de la Soledad

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Corrí muy lejos.

Por las calles de un pueblo desértico.

Sentía los pasos de esa mujer tras de mí.

Yo solo corrí, como si la muerte me persiguiera, pues era ella quien me seguía.

Corrí por un sendero de tierra rodeado por casas que no tenían ningún espacio entre ellas.

Estaban hechas de adobe seco con techos de madera, las paredes tenían una textura rústica que raspaban la piel con solo tocarlas.

Pero era el gris que las recubría lo que mas me asustaba, todo aquel pueblo estaba envuelto en un aura donde ningún color existía.

Me escondí en un callejón cubierto de madera enmohecida.

No sé cuánto tiempo estuve corriendo, pero mis músculos ardían.

Me detuve observando hacia todos lados de manera horrorizada, sin embargo, aquel lugar estaba totalmente despejado.

Respiré profundamente apretando con fuerza la madera, luego me dejé caer poniendo mi espalda contra ella.

Aquel pueblo era como un cuadro hecho a lápiz, la falta de colores le daba un tono sepulcral a todo lo que me rodeaba, era un mundo donde solo los muertos podían sentirse abrigados.

El suelo de esa calle eran caminos de tierra muy poco cuidados, había grandes huecos que desbaratarían a cualquier carruaje que pasara por allí.

Miré mis pies y vi que tenía puesto dos sandalias de cuero que me incomodaban, mi ropa era una camisa holgada gris, y mis pantalones de tela gris que llevaba muchos parches cosidos.

Me puse las manos en la cabeza y sentí como la adrenalina llenaba mis venas.

Víctor, Víctor, Víctor —susurré repetidas veces—, Víctor, Víctor.

Respiré profundo intentando recordar como llegué a ese pueblo, pero lo único que podía recordar era ese nombre.

No podía recordar nada más.

Mientras hurgaba en mi mente grandes dolores invadieron mi cabeza, no sabía quién era yo, no sabía dónde estaba, pero sabía lo que era un lápiz, sabía lo que era un carruaje, sabía lo que era un pueblo, sabía muchas cosas, pero no comprendía porqué las sabía.

Miré mis manos mientras mis lágrimas se escurrían por mis mejillas, esas dos manos eran las únicas cosas que tenían color en ese lugar.

No podía hallar en mi cabeza ninguna respuesta a mis interminables preguntas.

El sol salía de las montañas.

¿Quién soy yo? —chillé—, ¿dónde estoy?

Todos mis recuerdos habían desaparecido como las estrellas en el día.

Lo único que aún podía recordar era ese sueño que había tenido.

Recordaba ese bosque oscuro, a las criaturas sin rostro, a esa mujer de vestido negro, a esa mujer de vestido blanco, pero de entre todas las cosas la imagen más clara que tenía era la de esa mujer de cabello rojo.

No recordaba nada más.

Vi hacia el infinito.

Yo estaba soñando.

¿No es así?

Me reí a carcajadas.

Todo esto no era más que un chiste, yo pronto despertaría y todo volvería a la normalidad.

La Chica de la CarreteraWhere stories live. Discover now