La Danza Roja

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Debes levantarte

Por favor

Hazlo por mí.

Escuché una voz a lo lejos.

Abrí mis ojos.

Sigue adelante.

Esa voz era apacible y dulce, esa voz era mi fuerza, esa voz era...

De repente se escucharon gemidos a mi alrededor, eran como alaridos de tristeza, eran como miles de llantos cubriendo mi cabeza.

Vi mi cuerpo lleno de tierra, mis manos llenas de suciedad, levanté mi rostro y vi un agujero brillante encima de mí.

Los susurros estaban acechándome desde las sombras.

Todos lloraban.

Encima de aquel hoyo, envuelta en una luz celestial, había siluetas sombrías que me miraban como un ángel caído.

Me levanté lentamente, dándome cuenta que a mi alrededor solo había paredes de tierra.

En la cima vi las siluetas, personas que yo desconocía, ellos solo lloraban mientras que sus labios sonreían.

Oigan —susurré—, sáquenme de aquí.

Caminé tan desesperado que me tropecé con una rama que había en el suelo, una rama muy blanca y esquelética.

Aquel hoyo se hacía cada vez más alto, ese lugar se había convertido en una trinchera imposible de escalar.

Esperen por favor —grité.

Esas cosas solo me miraban.

¿Por qué la dejaste morir? —dijeron las voces.

No, yo no quería... —grité.

Las sombras se agruparon.

Tú fallaste en tu misión —dijeron las voces.

No —grité desesperadamente—, hice todo lo que ustedes me pidieron.

—Ella murió por tu culpa, no la pudiste proteger —susurraron.

No —grité

Todo ha terminado —dijeron—, ya no podemos hacer nada por ti.

Corrí a todos lados suplicando mientras me aferraba a las paredes de ese hoyo.

No, por favor, tengan piedad de mí —grité.

Pero las siluetas se alejaron, y la cima del hoyo quedó vacía.

Escuché una voz en mi cabeza.

A veces...

El viento hablaba con una voz dulce.

—A veces siento tu dolor.

Esa voz...

Esa voz era de una mujer, tenía un tono adormecido.

Corrí tras la voz, pero en ese agujero no había donde ir.

—A veces siento tu tristeza.

Yo no podía escapar de ese hoyo.

Vuelve, te lo suplico —grité desesperado—, dame otra oportunidad.

La voz seguía hablando.

—A veces veo tus recuerdos.

Aquel hoyo era tan alto que me era imposible escalarlo, se hacía cada vez más alto y también más pequeño, el aire empezaba a escasear.

La Chica de la CarreteraWhere stories live. Discover now