La Costa de los Secretos

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La pelirroja se alejó riendo hacia el mar, sosteniéndome la mano con delicadeza.

Algún impulso astral proveniente de un reino que yo desconocía hizo que yo me levantara y fuera tras ella.

No tuve necesidad de abrir los ojos, mi imaginación bastaba para saber todo lo que ella hacía en ese momento.

Ella caminaba de espaldas a mí mientras el viento amenazaba con hacer volar su camisa blanca, yo la seguía paso a paso sintiendo cada grano de arena que tocaban mis pies descalzos, su cabello ondeaba y su caminar era sublime.

Mientras caminaba mi mente se inventaba imágenes que yo no podía entender, vi a la pelirroja frente a mí llevando una corona en la cabeza tan grande como un florero, llevaba un vestido rojo cubierto de capas flotantes que danzaban a su alrededor.

No pude comprender que era lo que tenía enfrente de mí, no podía siquiera intentar adivinar que pensamientos se escondían entre tanta belleza, aquella era una luz que no pude identificar, una obra de arte sin interpretación.

La pelirroja se dio la vuelta como una bailarina de ballet, me miró tiernamente y alzó las manos hacia mí.

Abrí los ojos y la miré de frente, el vestido había desaparecido, ella solo estaba vestida con esa camisa blanca y el bikini escaso.

¿Un sueño?

Dime para ti que es mejor, Víctor —dijo ella con una voz que venía de todas partes—, ¿recordar un terrible pasado, o enterrarlo para siempre como si nunca hubiera sucedido?

Había algo en su mirada que me hacía sufrir, yo solo podía quedarme callado ya que no tenía una respuesta.

La pelirroja sonrió de manera triste, luego alzó los brazos como pidiendo que me acercara.

Recordar el pasado es tan doloroso —dijo la pelirroja—, ¿por qué no nos esforzamos en olvidar?, ¿por qué no volvemos a empezar?

Caminé lentamente hacia ella saboreando cada paso.

Me pregunté quién era ella, qué significaba, me pregunté con cada paso como podía yo haber imaginado algo tan perfecto.

Con una sonrisa, ella puso su mano izquierda en mis ojos cerrándolos de nuevo.

Ven a mí, señor de los sueños —me dijo juguetona—. Si debes soñar entonces haz un mundo mejor para ambos, imagina sonrisas y buenos recuerdos, crea un paraíso que nos aleje del terror.

La pelirroja se dio la vuelta y siguió adelante.

Seguí caminando tras ella con los ojos cerrados, sin pensar en lo que decía, solo pude imaginar que la luz de las estrellas se reflejaba en sus ojos.

—Ven conmigo, guíame hasta el fin del camino.

Caminé siguiendo su guía, el agua subía mientras más me adentraba al mar, sentí que mis rodillas se sumergían entre las olas, el viento me golpeaba con fuerza como si de una tormenta se tratara.

En otras circunstancias el miedo me hubiera invadido y me hubiera obligado a retroceder, sin embargo, las manos de la pelirroja me sujetaban con fuerza.

Y me llenaban de paz.

Vamos a olvidar los dos —susurró—, volvamos a empezar de nuevo, como dos niños jugando en el mar.

El agua llegó hasta mis hombros.

Deja que el agua limpie nuestros pecados —dijo la pelirroja—, , adentrémonos en el mar y seamos purificados en él, y cuando salgamos seremos personas diferentes, olvidaremos lo que fuimos para que el pasado no pueda azotarnos más.

La Chica de la CarreteraWhere stories live. Discover now