Capítulo XXVIII

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Un grito desgarrador emergió de lo más profundo de Eduardo. Como acto reflejo ante mi ataque, manoteó el aire con desesperación y uno de sus golpes me dio de lleno en el pecho, arrojándome de nuevo al suelo. Sus gritos se prolongaron el tiempo suficiente para que mi visión terminara de acostumbrarse a la oscuridad que nos rodeaba.

—Maldita hija de... —Tocó el pedazo de cristal en un vano intento por sacarlo de su ojo, pero falló y volvió a gritar—. ¡Te mataré!

—Por qué... ¿Por qué no estás muerto? —pregunté mientras intentaba levantarme, pero el dolor de mi abdomen comenzó a extenderse a todo mi cuerpo, limitando las oportunidades de escape que tenía—. Creí que morirías con eso.

—No sabes el error que acabas de cometer. —Sin gentileza, volvió a sujetar el cristal entre sus delgados dedos y tiró de él, consiguiendo extraerlo de su cuenca sangrante. Gritos e improperios salieron de su boca mientras realizaba la tarea, los cuales fueron sustituidos por una respiración gutural—. Estás muerta, Emily.

—No lo entiendo —dije aún sorprendida por el hecho de que continuara con vida. Utilicé toda la fuerza que tenía para clavar el pedazo de cristal tan profundo como para atravesar su cerebro... O por lo menos eso creí—, deberías estar muerto.

—Te metiste con un jodido dios. —Relamió sus labios con malicia mientras me analizaba con su único ojo—. Y te arrepentirás. ¡Oh, sí que lo harás!

Los músculos de sus brazos se tensaron cuando me sujetó por el improvisado cabestrillo y me levantó del suelo como si de una liviana hoja me tratase. Mis pies colgaban a más de medio metro del suelo, gotas de sangre cayeron de mi herida sobre la tierra cubierta de basura, y mis pulmones parecieron colapsar cuando miré desde arriba al chico que un día consideré el amor de mi vida. Un río de sangre corría sobre la piel de su rostro previamente teñida del mismo líquido y suciedad, pero Eduardo parecía estar ensimismado en sus vulgares pensamientos. 

Era mi fin. 

A pesar de que la desesperanza era lo único que cabía dentro de mí, no permití que más lágrimas relucieran sobre mi rostro, pues sería una clara muestra de rendición y debilidad, y aquello era lo que menos quería demostrar ante mi victimario. 

—¿En verdad quieres matarme? —pregunté sin mirarlo. 

—No sabes cuánto disfrutaré esto.

Ignoré el ardor que se aposentaba detrás de mis ojos. —Si realmente quisieras hacerlo, ya lo hubieses hecho, ¿no? —Apretó su agarre sobre la tela que rodeaba mi brazo—. No lo haces porque sabes que me amas y no puedes vivir sin mí. 

—¡No hables! —Me zarandeó en el aire sin problema. 

—Si me matas te convertirás en un roto... Si me matas se burlarán de ti por no tener a nadie a tu lado. 

—¡Cierra tu maldita boca Emily! —Su voz tembló mientras hablaba. 

—Si me matas... —Tragué saliva—, te convertirás en un rechazado como Aldair. 

—No... no... ¡No! —gritó con tanta fuerza como sus pulmones se lo permitieron. Gritó hasta que el agarre de sus brazos sobre mi cuerpo se aflojó y terminó por soltarme. Gritó hasta que su cuerpo perdió la poca fuerza que aún guardaba y cayó de rodillas—. Yo no seré un rechazado. 

—Entonces termina todo esto de una buena vez. 

—No me dejes, por favor. —Enterró su rostro entre sus manos sucias. Sus sollozos no tardaron en suplantar al silencio sepulcral que reinó a nuestro alrededor durante tanto tiempo—. Emily, perdóname. 

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora