Capítulo XX

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Mark hizo ademán de marcharse, pero lo sujeté del antebrazo e hice que me mirara. El color azul de sus ojos se acentuaba gracias a las oscuras ojeras que los rodeaban. Al parecer yo no era la única que pasó dos noches en vela después de la terrorífica experiencia de Moord.

—¿Puedo hablar contigo un momento? —pregunté con voz temblorosa. Mis nervios me traicionaban, proyectándose en mis manos sudorosas y en una sonrisa torcida que pretendía camuflar mis verdaderas emociones.

—Por supuesto, ¿qué sucede?

Lo llevé al interior de mi hogar, donde encendí la luz de las escaleras para guiarlo a mi habitación. Cuando notó que mi intención era ir al segundo piso, su cuerpo se tensó y el sudor de su mano se mezcló con el mío.

Subimos, escalón tras escalón, con un andar pesado y lento. Mi mano sobre la de Mark aumentó su agarre cuando llegamos al inicio del pasillo que conducía a las habitaciones.

—Creí que tus padres llegarían pronto —comentó en voz baja, casi imperceptible.

—Ellos ni Mike llegarán hoy —respondí con el mismo tono de voz—. Fueron con mis tíos de Candrizo.

Tragó saliva. —De acuerdo.

Apagué la luz con el interruptor doble que se encontraba en la pared, y conduje a Mark a través de la oscuridad a mi pequeña pero acogedora habitación. De nuevo encendí una luz, y por unos segundos quedé ennegrecida por su brillo. Cuando mi visión se acostumbró, agradecí que aquella mañana si hubiese tendido mi cama y mi ropa interior estuviese en su lugar. Mi recámara estaba impecable y olía a vainilla.

—¿De qué quieres hablar? —Su voz demostraba lo nervioso que lo ponía la situación.

Me senté sobre mi cama e hice un ademán con la mano para que se sentara a mi lado. Dudó por algunos segundos, pero terminó accediendo.

—¿Qué tipo de hombre es tu padre? —pregunté sin mirarlo al rostro.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Quiero estar preparada para lo que me enfrentaré en el tribunal. —Suspiré con pesadez y limpié una lágrima que caía por mi mejilla—. Quiero saber cómo son los observadores.

—No crees que tu hilo se romperá, ¿cierto? —cuestionó apartando su mirada de mí.

—Debo estar lista para cualquier cosa que pueda suceder. —Le dediqué una sonrisa que se asemejó a una de tortura—. Puede que el plan funcione, como también puede que no, y si esto último llegase a ocurrir sólo hay un final para mí: vivir con Eduardo hasta el último de mis días.

—Emily, estoy seguro de que funcionará. 

—Dime cómo son ellos. —Evadí su comentario. Debido a la manera en que sus ojos se humedecieron y le tembló el labio inferior, deduje que Mark tampoco creía que el plan funcionaría—. ¿Son muy malvados?

Mark sujetó mis manos entres la suyas, llevándolas hasta sus labios para depositar pequeños besos sobre mis nudillos blanquecinos. Una lágrima escapó de su ojo derecho hasta perderse en el abismo de sus clavículas.

—Son unos hijos de puta.

—¿Me harán mucho daño?

—Eres fuerte Emily. —Tragó el nudo que comenzaba a formarse en su garganta—. Y podrás ignorar todos los insultos y burlas que te dirán.

—¿Duele que un observador utilice una lágrimas sobre tu hilo?

—No lo sé. —Negó con la cabeza.

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora