Capítulo XXII

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Lo párpados me temblaban. Fue complicado fingir que estaba inconsciente cuando dos guardias me levantaron del suelo para dejarme sobre el duro colchón, que pertenecía a la cama donde pasaría los siguientes días antes de ir a mi tan terrorífico juicio. La mano de uno de ellos tocó mi trasero, y tuve que contener mis impulsos por abofetearlo y enterrar un zapato en su entrepierna.

-El efecto durará hasta el amanecer-comentó Nathan con su usual voz ronca. Pude imaginar su semblante serio y profesional que solía utilizar con sus pacientes, pero que se desvanecía en cuanto sus ojos se posaban sobre Fernanda-. Así que no debe de preocuparse por nada señor.

-Por la mañana pediré que se le suministre otra dosis. -Una presencia fue acercándose a mí. Sus pasos sobre el suelo blanco eran lentos, pero denotaban lo imponente del dueño: Essien-. Nadie tan joven se había atrevido a romper las leyes. -Deslizó los dedos sobre mi brazo-. Y menos sobre quebrantar la unión sagrada de Quirmizi.

-Sólo ha existido un caso, señor -comentó una voz que no pude reconocer-, en el que un individuo consiguió burlar al dios.

-Sí, lo recuerdo, ya hace varias décadas de ello. -El presidente se alejó de la cama y pude respirar con normalidad-. Por desgracia dejaron vivir a ese maldito en lugar de asesinarlo como debió de ser.

-Roomanh, o como el se hizo llamar: Moord.

-Como sea -la voz de Essien demostraba cierto recelo, pero se esforzaba por mantenerse firme-. Esperaremos al lunes para dar un veredicto. Ese joven, el tal Eduardo, el que quiso abrir el caso en contra de esta repugnante chica, me parece un poco... desquiciado.

-¿Entonces no están seguros de nada? -Nathan habló con tranquilidad, sin inmutarse por las despreciables palabras del presidente de Jorak-. ¿Maltratan a la chica sin saber si es culpable de los delitos de los que es acusada?

-Así funciona esto: ella es culpable hasta demostrar lo contrario.

-Inocente. Ella es inocente hasta demostrar lo contrario -corrigió el médico.

-¡Oh no! Ese principio de presunción de inocencia ya es anticuado e irrelevante, en la actualidad todos son culpables.

-¿Y usted no?

-¡Eres tan gracioso Natalio!

-Nathan...

-Lo que sea.

Los pasos de los cuatro hombres fueron alejándose. Cuando la puerta se cerró por completo, abrí un ojo para echar una rápida mirada a la habitación y asegurarme de que estaba sola. Luego de corroborarlo, me senté en la orilla de la cama, aún aturdida por la intervención de Nathan. ¿Por qué trabajaba para el gobierno? ¿Acaso Fernanda lo sabía?

Toqué la herida de mi labio y gemí ante el ardor que el alcohol dejó sobre la carne. Algún día ese jodido de Essien me las pagaría, pero primero debía de concentrarme en salir de... ni siquiera sabía con certeza en dónde me encontraba. Cuando me llevaron a aquellas instalaciones, los policías manejaron durante casi cuarenta minutos, adentrándose en callejones oscuros, virando en curvas cerradas y esquivando baches.

Opté por recostarme e intentar descansar mi cuerpo, sin llegar a quedarme dormida, para esperar la señal desconocida de la cual me habló Nathan. Me cuestionaba qué clase de señal sería: clave morse, señales de humo, una carta que entraría por debajo de la puerta, o una invasión al lugar en donde me encontraba. Mi mente comenzó a crear imágenes sobre una lucha entre el bien y el mal, donde Essien sería derrocado y una nueva era comenzaría en Jorak; todos nos revelaríamos e ignoraríamos el mandato divino de Quirmizi.

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora