Capítulo II

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Las tardes en mi hogar eran silenciosas y solitarias. Mis padres trabajaban hasta muy noche, y Mike, mi hermano menor, tenía práctica de fútbol en la preparatoria. A esa hora del día, la casa era completamente para mí, cualquier otro adolescente aprovecharía la soledad para subir el volumen de la música y olvidarse de sus problemas; mi caso era un tanto peculiar,  pues en esos momentos de parsimonia me enfrascaba en la lectura sobre la historia de Jorak. Ningún joven de mi edad se preocupaba por revisar periódicos viejos de la ciudad ni averiguar más sobre la teología de Quirmizi, en realidad, nadie fuera de la política se interesaba en ello. Los habitantes se limitaban a respetar las leyes según su estatus social.

En los registros de la biblioteca, descubrí que a lo largo del tiempo existieron distintas clases sociales en Jorak, sin embargo, en la actualidad sólo quedaban cuatro de ellas. Los Nativos: aquellos que nacían con el don de la clarividencia de su respectivo hilo rojo. Los Extranjeros: quienes venían de ciudades distintas a vivir con su pareja. Los Incompletos: hijo mestizo entre un extranjero y un nativo, el cual carecía de la habilidad para visualizar el lazo del destino. Los Rotos: nativos cuyas uniones se rompieron tras la muerte de su pareja.

Se hablaba de una quinta clase: Los Observadores, seres cuya habilidad rebasaba la del resto, pues eran capaces de visualizar los hilos rojos de todas las personas; una de sus lágrimas bastaba para desvelar el lazo de otros ante el resto. La información sobre ellos era escasa, nadie en libertad o vivo conocía a alguno. Se rumoreaba que todos los políticos que conformaban el ayuntamiento eran Observadores, pero sólo se trataba de eso: palabrerías sin un fundamento que las sostuviera. Existía un Concejo que imputaba los castigos a los responsables de adulterio, sin embargo, el rostro de los integrantes era ajeno para la población; una situación que alertaba a los crédulos. 

Así mismo, dicho Concejo era el encargado de crear las leyes de la ciudad, las cuales se resumían en la obediencia que se le debía tener a la decisión que Quirmizi tomaba por cada uno de nosotros. En la escuela básica, antes si quiera de aprender el alfabeto, se fomentaba el conocimiento de las disposiciones indispensables para una convivencia recta entre los habitantes. Las principales normas a conocer eran: 

1. Unirse sólo a la persona que se encuentra al otro lado del hilo rojo.

2. Queda prohibido interferir en la unión de las personas atadas por el hilo rojo.

3. Ninguna persona podrá intercambiar su relación con terceros.

4. En caso de estar unido a dos o más personas, se deberá repartir el tiempo y atención entre todas las uniones.

5. Los divorcios están prohibidos.

6. A los doce años, los padres autorizarán que sus hijos busquen el otro extremo de su hilo rojo sin importar el lugar o circunstancia de éste.

7. Aquellos cuyo lazo esté roto no podrán volver a tener pareja.

8. Para los extranjeros queda prohibido el abandono de la ciudad sin la compañía de su pareja.

9. Ningún abogado podrá defender los derechos civiles referentes al divorcio y/o separación de bienes mancomunados.

10. Es deber de los padres informar al gobierno la clase social de sus hijos.

La lista continuaba con otras noventa y tres leyes, las cuales se iban modificando, alargando o derogando con el pasar de los años. Un ejemplo de ello era la número cuatro, se trataba de una ley anticuada e inservible, puesto que las estadísticas oficiales indicaban que Los Divididos habían desaparecido hacía casi trece años. No había registro actual de personas que contasen con dos o más uniones, sin embargo, la ley permanecía ahí como una muestra del déficit funcional del gobierno.

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora