Capítulo V

12.2K 1.3K 94
                                    

—¿Eres idiota? ¿Acaso no sabes lo que te pueden hacer si te descubren? —algunas gotas de saliva se esparcieron por el aire mientras gritaba desenfrenada—. ¡Los observadores pueden descubrirlos!       

Mike negó con diversión, y algunos de sus mechones oscuros se desacomodaron de su lugar. Una sonrisa maliciosa estaba dibujada en su rostro, consiguiendo que me irritara más de lo que ya estaba. 

Aldair manejaba en silencio, escuchando con atención la discusión entre mi hermano de diecisiete años y yo. Sus manos iban tensas en el volante. Luego de que me bajara de su auto para detener la muestra afectiva de mi hermano con Jocelyne, mi acompañante había permanecido callado, tratando de asimilar todo lo que estaba ocurriendo; además, se había quedado sorprendido tras ver cómo abofeteé a la arpía traidora. 

  —Los observadores son sólo un mito —dijo con voz ronca—. Nos cuentan esas historias sólo para intimidarnos. Si en realidad existieran, alguien ya los habría visto personalmente.

—¡¿Acaso no has leído las noticias?! ¡Han existido casos en los que descubren a personas que desacatan las normas y terminan siendo castigadas! —bramé con fuerza. Mi respiración estaba agitada y eso sólo conseguía que hablara como una loca—. ¡Pueden hacerte daño Mike! Díselo Aldair, dile que está haciendo una estupidez.

—No me metan en sus problemas fraternales —respondió sin apartar la vista de la carretera.      

—Hermana, no debes tener miedo —habló con voz calma—. Jocelyne aseguró que no ama a Samuel, ya sabes, el chico que está al otro lado de su hilo rojo. Y que su lazo está a punto de fracturarse, así que puedo estar con ella sin problemas.

 —¿Acaso escuchaste la estupidez que acaba de decir? —le  pregunté a Aldair, mirándolo de soslayo, para después clavar mis ojos sobre mi hermano—. El hilo rojo... ¡no se rompe! Es imposible, a menos que una de las dos partes muera.

—Entonces Samuel está a punto de morir, y por eso su hilo rojo está débil —contestó apartando su mirada de la mía.

—¿Y qué hay de ti, eh? —pregunté de mala gana—. Que no puedas ver tu hilo no significa que no lo tengas, ¿qué tal que una niña menor de doce años está atada a ti, pero aún no desarrolla su habilidad de visualizar la atadura? O puede ser que tu hilo esté roto, ¡pero el de Jocelyne no!

Sus ojos cafés se oscurecieron, y su sonrisa despreocupada fue sustituida por una fina línea que me causó escalofríos. El semblante de mi hermano había cambiado en cuestión de segundos, haciéndolo ver más tenebroso.

—Ya no soy un niño Emily, puedo tomar mis propias decisiones, y es mi problema si me meto con una chica que comparte su hilo rojo con un idiota —tomó una respiración profunda—. Así que cállate de una buena vez y preocúpate de tus propios asuntos. Cuando puedas separarte del cabrón de tu novio, puedes venir a darme consejos sobre la vida.

—Eh, no le hables así a tu hermana —exigió Aldair, mirándolo por el espejo retrovisor.

—No, él tiene razón —dije sintiendo una punzada en el pecho, e intenté tragar el nudo que apretujaba mi garganta, pero sólo conseguí que mi voz se escuchara más chillona—. Él ya no es un niño, y aceptaré su decisión.

Mi hermano sonrió victorioso antes de que me diera la vuelta y de nuevo me recargara sobre el asiento del copiloto. Mis ojos se dirigieron hacia la calle mojada, donde seguían cayendo pequeñas gotas de lluvia a un ritmo acelerado pero armonioso. Las aceras continuaban solas, por lo que no tuve un punto al cual clavar mi mirada, para así poder contener las lágrimas que se arremolinaban detrás de mis ojos.

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora