Capítulo XIII

10.1K 1K 89
                                    

Desperté gracias a las sacudidas del vehículo sobre el camino empedrado de la carretera. A cada lado del sendero, habían extensas planicies amarillentas, cubiertas por hierbas secas y, más a lo lejos, cultivos de trigo.

En el cielo teñido de azul grisáceo, resplandecían relámpagos, y las nubes avanzaban al ritmo lento del viento. La ventana del lado de Jessica estaba abierta, y una pequeña ventisca se filtraba al interior del vehículo, ondeando su cabello morado. 

Debido a mi adormecimiento, no me percaté al instante de que mis brazos estaban alrededor del torso de Aldair, quien dormía plácidamente con la cabeza recargada sobre el asiento, y uno de sus brazos rodeando mi cintura. Me moví con cautela, intentando zafarme de la cálida prisión en la que me encontraba sin despertar a mi amigo, pero cuando quité el brazo de Aldair, éste gruño y giró hacia la izquierda para darme la espalda. Miré a Fernanda, la cual dormía hecha un ovillo en la orilla del asiento, con su cabello rojizo cubriéndole el rostro. Después, dirigí la mirada hacia el frente, donde me topé con los ojos de Mark a través del espejo retrovisor.

—Por fin despiertas —dijo en un susurro, y su mirada volvió al frente. 

—¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo me dormí? —Cuestioné con el mismo tono de voz, mientras me frotaba los ojos con el dorso de mi mano.

—Son casi las diez treinta —respondió luego de mirar con rapidez el reloj digital del tablero —. Dormiste por casi tres horas.

Mis ojos se abrieron con incredulidad. ¿Tres horas? Eso era más de la mitad del trayecto hacia Nairev. Di otro vistazo hacia el exterior y me sentí desorbitada. Me dio un retortijón en el estómago cuando caí en cuenta de que me perdí la primera vez que crucé la frontera de Jorak, y todo gracias a que me quedé dormida en los brazos de Aldair.

Froté mi rostro con frustración y Mark rió sin hacer ruido. 

—Los demás llevan casi una hora dormidos —comentó con una sonrisa, pero ésta se desvaneció en cuanto un mechón morado de Jessica voló cerca de su rostro—. Creí que Jessica ya estaba atada a alguien.

—Lo está —dije confundida, sin entender el porqué de su pregunta.

Mark simplemente negó por lo bajo, y relajó sus manos tensas sobre el volante.

Durante otra hora, viajamos en completo silencio. El resto de los pasajeros no despertaron sino hasta que la jeep rebotó debido al impacto contra un enorme hoyo en la carretera. Fernanda bostezó, estirando los brazos por encima de su cabeza, y Jessica gruñó antes de acomodarse en su asiento y limpiar la baba que mojaba su mejilla derecha; Aldair, quien fue el último en despabilarse, recargó su cabeza sobre mi hombro e inhaló sobre la piel de mi cuello, ocasionándome un estremecimiento.

 En aquella parte del estado, el cielo estaba más despejado y los rayos del sol se filtraban entre las esponjosas nubes blanquecinas. El frío viento se convirtió en una refrescante brisa que despeinaba nuestro cabello, y movía con gracias las hortalizas que colindaban con el camino.

—¿Ya casi llegamos? —Preguntó Fernanda con voz de infante—. Quiero hacer pipí —Todos reímos y ella hizo un puchero luego de cruzarse de brazos y recargarse contra el asiento negro. 

—Llegaremos en menos de diez minutos Fer —respondió Mark sin apartar la mirada del camino.

—Hey Jess —dije mientras me situaba entre los dos asientos del frente—, ¿puedes regalarme un poco de agua?

Rodó los ojos y se agachó para tomar la mochila roja que estaba en el suelo entre sus pies, la puso sobre su regazo y rebuscó entre todos los tiliches que llevaba dentro, hasta que sacó una pequeña botella transparente y la extendió en mi dirección.

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora