Capítulo XXVI

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 Aquella noche el miedo fue el sentimiento que predominó en mi cuerpo. Cada uno de mis movimientos era guiado por el instinto de sobrevivir al demonio de ojos azules que estaba a pocos metros de mí, respirando por sus expandidas fosas nasales.

Eduardo llevaba un trozo largo de madera astillada en una de sus ensangrentadas manos. El resto de su cuerpo también estaba teñido por la combinación de su sangre, la de Jessica y la de Bruno. El color escarlata era el principal en su paleta de matices.

—Eduardo. —Retrocedí sin apartar la mirada de él, hasta que mis piernas chocaron con la baranda de madera del pórtico de la casa—. Creí que...

—¿Estaba inconsciente? —Me dedicó una sonrisa asesina mientras se acercaba—. Golpeas como la niña que eres... mi amor —agregó con fingida dulzura.

—¡No te me acerques! —Intenté controlar lo tembloroso de mi voz, pero resultó salir como un chillido muy agudo.

—Dejaste el trofeo en la casa de aquél inútil. —Escupió una bola de saliva con sangre—. Veo que te lastimó un poco. —Miró en dirección de mi brazo fracturado—. Vamos al hospital Emily. Terminemos todo esto de una jodida vez.

Caminó con lentitud los últimos pasos que nos separaban. Se detuvo a pocos centímetros de mi rostro e inhaló el aroma de la sangre seca que manchaba mi piel. Me llevó hasta su cuerpo con brusquedad, rodeando mi cuerpo con sus musculosos brazos y me apretó contra él, ocasionando que mi extremidad fracturada quedara entre nuestros cuerpos y fuera aplastada. Grité por el dolor e intenté apartarlo, pero sólo conseguí que aumentara la fuerza de su agarre.

—Suéltame —chillé contra su cuello—. Por favor.

—Primero pídeme perdón —exigió con la satisfacción tiñendo su voz.

—No —susurré mientras las lágrimas surcaban mis mejillas.

—¡Hazlo! —Me apretó con más fuerza y mi brazo volvió a crujir, por lo que grité hasta que mis cuerdas vocales parecieron romperse.

—¡Perdóname! ¡En serio lo lamento! —Aflojó el agarre y gemí—. Perdóname mi amor.

Me rendí. Era el final de todo. Mi única esperanza era que Mark apareciera con Moord y me ayudaran a escapar de Eduardo para terminar toda conexión con él, pero quizá faltaban horas para que regresaran a Jorak. Todo había terminado.

Cerré los ojos en un vano intento por escapar de lo inevitable.

Entonces, un golpe sordo se escuchó frente a mí. Al abrir los ojos me encontré con el rostro confundido de Eduardo, quien me soltó y cayó de espalda sobre el suelo de madera. La señora que minutos antes me negó la entrada a su hogar, sujetaba con ambas manos un bate grueso de madera.

—Es lo único que puedo hacer por ti —dijo con la respiración agitada.

—Nunca terminaré de agradecérselo —musité con voz temblorosa.

—Ahora vete. —Dio media vuelta e hizo ademán de marcharse, pero se detuvo y, sin mirarme, continuó—: Si alguien pregunta, nunca estuviste aquí. —Antes de que pudiese responder, entró a su hogar y dio un portazo.

Me quedé quieta sin saber qué hacer. ¿Todo había terminado así de fácil? Eduardo estaba... ¿Muerto?

Miré su cuerpo inerte. Sus extremidades estaban dobladas en ángulos raros, su rostro estaba pálido a excepción del hilo de sangre casi seca que iniciaba en su cuero cabelludo. Lo observé con más atención y capté el leve movimiento de su pecho al respirar.

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora