Capítulo III

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La casa de Fernanda y Jessica se encontraba en la parte norte de la ciudad, en una pequeña privada exclusiva para las familias de linaje puro: aquellos cuyos lazos eran residentes de Jorak. Se trataba de una subdivisión de los Nativos, la cual consistía en que las uniones de la familia permanecieran constantes en la clase social. Los cuatro abuelos de las gemelas eran Nativos de la ciudad, sus padres también lo eran, y ahora ambas junto con sus respectivos novios; por lo tanto, ellas debían engendrar hijos que tuvieran el Hilo Rojo atado a otros Nativos, sino el linaje se perdería y serían la vergüenza de la familia.

El comportamiento de sus padres era amable y educado, pero ello no implicaba que me dedicaran miradas despectivas como sinónimo del temor que les causaba mi posición social, con una madre extranjera y un hermano incompleto. Los Puros se jactaban de su cercanía con la perfección elegida por Quirmizi, y aprovechaban cualquier situación para resaltar la bendición que el dios depositó sobre ellos. Sin embargo, las gemelas se trataban de mis mejores amigas, y no permitiría que una separación en la jerarquía me alejara de ellas. 

Como todos los viernes por la tarde, los padres de las gemelas se fueron al club de golf con el resto de los Puros de la ciudad para hablar sobre lo importante que era mantener la divinidad del Hilo Rojo hasta el final de los tiempos, y de otros temas irrelevantes para la minoría de la población carente de su aparente sofisticación y elegancia. 

Subí el volumen de la televisión para ignorar los sonidos provenientes de la habitación de Jessica, quien llevaba un buen rato encerrada en compañía de Bruno, su novio el Friki —como ella le gustaba llamarle—. Era inevitable no prestarle atención a la película, ya que Fernanda no apartaba la mirada de su teléfono celular, en una clara señal de su interesante conversación con su novio a través de mensajes de texto. 

Suspiré, acomodándome en el sillón. —¿Estás segura de que no quieres que me vaya para que puedas llamar a Nathan? —Enarqué una ceja—. Ya sabes, para que también ustedes puedan tener su momento a solas.

—Estoy segura. —Apartó su atención del teléfono y me miró. Sus resplandecientes ojos verdes se posaron sobre los míos—. Fui a su casa antes de que tú vinieras aquí. 

  —Me pregunto si algún día podré hacer lo mismo con Eduardo. —Jugueteé con las manos sobre mi regazo, incómoda ante el recuerdo de mi pareja—. Yo... me pregunto si algún día podremos ser una pareja normal.   

—No debes atormentarte por eso. —Sujetó mis manos con las suyas para calmar el insistente movimiento de mis extremidades menores—. Nada de eso es culpa tuya. Él es un lunático, creo que nadie querría estar con él. 

—Lo sé. —Agaché el rostro—. Pero no puedo hacer nada al respecto, ¿o sí?

—Puedes terminar con él y esperar a que madure lo suficiente para que sean pareja —respondió una voz desde lo alto de las escaleras. 

Jessica vestía una playera negra que le llegaba a la mitad de sus muslos, tapando apenas su bragas rojas que se veían desde el lugar en donde me encontraba sentada. Sus botas altas negras rechinaron sobre el suelo de mármol cuando comenzó a descender por las escaleras con  Bruno caminando por detrás. El cabello de ambos estaba alborotado; los mechones morados de Jessica estaba mojados y pegados en sus sienes, el de Bruno estaba apelmazado de la parte de atrás y sus risos negros cubrían parte de sus enormes gafas. 

  —¿Aún tienes problemas con él? —preguntó Bruno con voz ronca, acariciando los brazos de su novia mientras bajaban—. ¿Quieres que lo ponga en su lugar?

  —¡Bah! Tú ni siquiera puedes atarte los cordones solo —comentó Jessica con diversión—. Yo insisto en que lo termines y hagas tu vida sin él la mayor parte del tiempo posible.

Legado rojo I: Atada al peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora