Louis se alzó sobre él con una sonrisa triunfante.

"Ahora tendrás que dejarme ir" dijo, y Harry se limitó a sonreírle.

Nunca.

Nunca.


Harry volvió a casa sintiéndose sólo un poco culpable. Sólo un poco. Lena fingió creerlo y Liam le pasó los informes del día siguiente por email para que los leyese antes de irse a dormir. Su culpabilidad fue creciendo y para cuando dieron las dos de la mañana, Harry estaba tan enfadado consigo mismo por haberse engañado a sí mismo como convencido de que no volvería a pasa.



La segunda vez fue igual.

Y la siguiente.

Y la siguiente.

Cenaban juntos, pedían champán a las tres de la mañana, se encontraban en casinos abarrotados de gente, en cafeterías diminutas y casi invisibles y en elegantes restaurantes en el centro de la ciudad.

Harry se volvía más adicto a verlo cada día que pasaba. Sabía que no podía llamarlo ni dejarle mensajes, pero todos sus instintos le gritaban que era con él con quien debería estar hablando, y no con el idiota de su jefe; era a Louis a quien debería estar abrazando cuando se despertaba en la cama.

Louis que seguía igual, encantador, cariñoso, sarcástico, brillante, con ganas de hablar y de escucharlo, con infinita curiosidad por la maraña empresarial en la que Harry trabajaba y con una urgencia casi cómica por contarle la música que le gustaba escuchar ahora, los libros que había leído, los viajes que había hecho. Se mantenía hermético cuando se trataba de su alfa y de los motivos por los que había desaparecido, y torcía el gesto inevitablemente a la menor mención de Lena, pero todavía era él. Cada fibra de su cuerpo lo reconocía como si fuese una parte de sí mismo, y le dolía el pecho cuando tenía que besarlo por última vez y dejarlo ir, siempre dejarlo ir, siempre volver a una casa ya extraña en la que llevaba años viviendo. Siempre Lena dormida en la cama, creyendo con fiereza sus excusas cada vez más endebles, y las montañas de trabajo que crecían y se acumulaban sin que le importase lo más mínimo. Lo único que importaba era Louis, lo único que esperaba era el siguiente momento de ver a Louis, y el único objetivo que tenía era... Louis.

Lo cual no era lo más inteligente.

Porque no podía cortejarlo.

Pero eso no significaba que no pudiese aprovecharlo mientras durase. Era perfectamente consciente de que tarde o temprano, se acabaría. Volvería a su vida de trabajar y mantener a duras penas frías conversaciones con su mujer, pero mientras tanto... tenía a Louis iluminándolo todo. ¿Cómo no iba a aprovecharlo?

Liam meneaba la cabeza con cariño, pero no lo juzgaba. Era el único que escuchaba sus balbuceos mientras Harry intentaba convencerse- más a sí mismo que a Liam de que podía seguir en la cuerda floja con Louis, podía soportar no saber lo que hacía ni dónde estaba, podía superar que perteneciese a otro y que todavía tuviese el sutil aroma de otro hombre en la piel.

Liam sí estaba emparejado desde hacía dos años, pero su omega llevaba mucho tiempo siendo el único de su vida. Tenían una niña de seis meses, Zayn llevaba con orgullo un anillo dorado en el dedo anular, y el alfa prácticamente no hablaba de otra cosa que no fueran ellos.

Sabía cómo se sentía encontrar al amor de su vida. Lo que no sabía era cómo se sentía perderlo.

Harry, sí. Lo perdía cada vez que lo recuperaba, inevitablemente, al cabo de un par de horas de conversaciones apresuradas y besos hambrientos. Y dolía; dolía más de lo que había pensado. Dolía más de lo que pensaba que podía soportar.

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