Capítulo 2: Egon Black

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Sharon había perdido el tiempo en que llevaba tumbada en la pradera verde que solamente Lucero y ella conocían. Y saber que la causa por la que su mente se había perdido en su propio mundo ideal y se le había aparecido esa sonrisa deslumbrante y esos ojos grisáceos, le irritaba.

Helios Birdwhistle.

Sharon ya había clasificado a ese muchacho de cabellos dorados con tonalidades castañas en su lista de chicos groseros. Parecía que en su hogar nunca le habían enseñado modales para tratar a una señorita como lo era ella. Aunque Sharon se le solía olvidar el pequeño detalle constantemente en que ella no era la señorita Sharon Townsend, si no una de las sirvientas de su madre: Sharon Bradley.

La muchacha soltó una ligera carcajada al pensar en lo fácil que era engañar a un hombre confiado en sus encantos. Tan inocentes e impuros. Pero algo le decía a Sharon que él no era así. La gente de su alrededor era hipócrita. Cientos de caballeros habían viajado de los lugares más exóticos y nunca escuchados del planeta Tierra para conocerla a ella y tomarla como esposa.

Pero ella cerraba las puertas de su corazón de inmediato. ¿Para que quería enamorarse? Eso es de estúpidos. Cuando una persona se enamora deja de ser humana, y cuando se compromete, su libertad quedará extinguida por el resto de sus días. Ella tan solo tenía diecisiete años, no quería contraer matrimonio tan pronto.

La verdad es que sí estuviera en manos de Sharon nunca se casaría y tendría hijos. Hay una teoría que dice que el amor es el origen de la vida. Pero la muchacha de ojos esmeralda solo pensaba que el amor es la aniquilación de un ser. Puedes enamorarte y después esa persona puede fallarte, hundirte o destruirte. Y sí no lo hace, la muerte los separará eternamente y nunca, jamás, volverán a estar juntos.

El amor es dolor. Es un sufrimiento estúpido que puede ser evitado. Y Sharon lo quería eludir con todas sus fuerzas. Y lo había conseguido. Ningún hombre le había cautivado, y menos alguno de aquellos caballeros tan superficiales y huecos.

O eso al menos era lo que pensaba.

-¿Qué hace aquí con Lucero, Señorita Bradley?- La muchacha, al escuchar esa voz que no había dejado su diversión en ningún momento de lado y que había conseguido por enésima vez que los pelos de su nuca se pusieran de punta, abrió sus ojos y se sentó sobre la hierba para encontrarse de nuevo con esos ojos grisáceos.

-¿Qué haces tu aquí?- Sharon se levantó al momento. Ni siquiera se había dado cuenta que a la hora de dirigirse a él ya no lo trataba por usted, porqué para ella, Helios había perdido todo su respeto. Y su paciencia.- ¿Me has seguido?

-¿Sí le dijera que me he perdido, me creería?- Sharon estaba demasiado furiosa para poner sus ojos en blanco, así que simplemente se terminó de levantar del suelo, cogió sus faldas y se dirigió hacía su caballo. Lucero se encontraba cerca del lago, comiendo hierba como todas las veces que venían ellos dos solos.- ¡Ey! ¡Sharon, espera!- La muchacha se volteó al momento y ambos estuvieron a punto de impactar, pero los reflejos de ese chico lo evitaron y quedaron a escasos centímetros.

-Señorita Bradley.- Corrigió Sharon en un tono seco.- Y no me llames como sí fuera un perro.

-No era mi intención faltarle el respeto, Señorita Bradley.- En los ojos de Helios se vio arrepentimiento, pero su diversión no había desaparecido.- Lo lamentó sí le ha molestado que la siguiera.

-Oh, no. Por supuesto que no me ha molestado. Estoy de lo más adaptada a que  los extraños me persigan.

-No soy ningún extraño. Sabe que me llamo Helios Birdwhistle, que soy huérfano y el mozo de las cuadras de la Señora Townsend. Oh, y no olvidemos que soy el hombre al que vos dejasteis plantado ayer al ocaso.- Sharon se mordió el labio y le evitó sostenerle la mirada.

Deleiter: la dictadura del corazónजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें