Capítulo 1: Silbido de pájaro

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Sharon tenía dos posibilidades: tirarse al vacío, o dejarse atrapar por los hombres de su madre. Sabía que sí elegía la primera opción lo más probable es que sufriría magulladuras en varias partes de su cuerpo o algún hueso roto que tardaría meses en curarse. E incluso morir sí caía de una forma muy patosa sobre las rocas del acantilado y se golpeaba la cabeza. Pero después recordó la segunda opción.

Sharon se llevó su mano al anillo que colgaba de su cuello, cerró los ojos y cayó en picado.

-¿Quién te a hecho esto, Lucero?- El rostro de Sharon estaba dibujado con una sonrisa mezclada con una mueca de confusión.- ¿Es que la persona que te ha hecho estás trenzas no se ha dado cuenta que eres un macho?- La muchacha echó el pestillo de la cuadra dónde se encontraba su caballo, y se acercó a él para comenzar a desenredarle el lacio pelo.

El caballo relinchó, y a Sharon le dio la sensación que le estaba dando las gracias en su propio idioma. La muchacha le sonrió a su corcel y siguió ensimismada en quitarle cada una de las gomitas que sujetaban pequeñas trenzas por toda la melena oscura de su caballo. Lucero había sido un regalo de su difunto padre para su octavo cumpleaños. Haría ya de eso unos nueve años, y a pesar de los años que tenía el animal, era capaz de llevarla todos los días a su lugar secreto, escondido de las miradas curiosas para poder ser ella misma.

-Ahora, vamos a cepillarte.- Sharon se quitó la caperuza de un rojo apagado que llevaba siempre en sus excursiones y la dejó sobre un taburete de madera que había en la cuadra.

La muchacha de cabellos oscuros alcanzó el cepillo de su caballo y comenzó a cepillarle minuciosamente y con paciencia cada una de las zonas que habían quedado rizadas a causa del peinado que algún mozo le habría hecho.- Así mucho mejor ¿No crees, Lucero?

-¿Sabe lo que me ha costado hacerle las trenzas al corcel de la hija de nuestra Señora, joven?- Al escuchar esa voz repleta de diversión, Sharon se estremeció y el cepillo se resbaló de sus dedos.

La chica se dio la media vuelta y observó como un chico que le sacaba un poco más de media cabeza, quitó el pestillo desde fuera y entró a la cuadra, cerrando la puerta tras de él. Bestía con ropas sucias y de un coste muy barato. Llevaba una camiseta que parecía que se la había robado a un pirata, de color beige; unos pantalones negros de una tela ya muy desgastada, y unas botas marrones que le llegaban prácticamente por las rodillas.

Varios rizos de diferentes capas de castaño a dorado le caían por delante de su frente, casi ocultando unos ojos de un color prácticamente grisáceos que la observaban con intensidad. Sharon pensó que jamás había visto una mirada tan profunda y repleta de vida. Hasta ese momento.

-Ahora deberá de ayudarme a volver hacer mi trabajo, o como mínimo darme el nombre de la persona que ha destrozado mi obra de arte.- La chica parpadeó con rapidez. Ella se dio cuenta que ese muchacho no sabía que su madre era la dueña de las tierras que los envolvían hasta pasar la Cascada Flotante.

-Sharon... Bradley.- La chica nunca antes había mentido. Su padre le había enseñado de pequeña que se pillaba antes a un mentiroso que a un cojo, pero por alguna razón una vez en su vida se dejó llevar por el impulso en vez de por la moral.- Hija huérfana desde uso de razón.

-Lo lamento, Señorita Bradley. Mi nombre es Helios Birdwhistle. Hijo de un exdrogádicto y prostituta suicida.- Sharon no pudo evitar abrir sus ojos como platos y dejar que su boca se desencajara de su mandíbula. A los pocos segundos, la nariz de ese chico se comenzó a hinchar hasta que no pudo más y soltó una sonora carcajada. A Sharon ese sonido le hubiera parecido la risa más perfecta sí entendiera de que se reía ese muchacho.- Perdóneme, pero su cara ha sido muy graciosa. Era broma. Soy Helios Birdwhistle, huérfano desde hace algo más de un par de años. Incendio.

Deleiter: la dictadura del corazónWhere stories live. Discover now