Capítulo 12: ¿Qué hacés acá?

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―Ya te pareces a mi maman, Chucky, y para su información, señorita portadora de pecas, mi cuerpo goza de muy buena salud en este momento ―habló con suficiencia. Y ahí está también ese acento español-francés tan encantador que había extrañado.

―Lo que uno hace por galletas es increíble, señor Rousseau. No sé en qué me he metido ―digo teatralmente.

―O sea que usted solo viene por galletas y no por la compañía de su tan distinguido amigo ―Llevó dramáticamente una mano a su pecho―. Debo decirle que usted ha roto mi corazón ignorando toda sutileza.

¡Ah, bue...! Qué ironía, por favor.

―Lo siento, señor Rousseau, pero usted está exagerando los hechos ―Le contesto al llegar al lado de su automóvil.

Kéven abre la puerta del asiento copiloto y me invita a entrar. No soy de esas chicas que esperan la caballerosidad de todos los hombres, puedo abrir una puerta yo sola, pero con Kéven es diferente. Me gusta que tenga esos detalles conmigo.

Entra al auto y se quita la capucha de su campera verde militar. Su pelo rubio queda un poco despeinado y él lo acomoda con su mano izquierda. Luego me mira y frunce su ceño. ¿Qué pasó para que haya cambiado la cara?

―¿Exagerando los hechos? He estado en mi lecho de muerte y no la he visto tocar mi puerta. Hasta le envié un mensaje haciéndole saber de mis deseos. Cualquier compañía era más acogedora que la del señor Clarkson mientras me habla de Agnus ―dice con seriedad.

Me río ante su comentario y me acomodo mejor en el asiento.

―Che, ¿y a dónde vamos? ―pregunto luego de un bostezo.

―Hablo en serio, Cielo ―profiere con la misma seriedad de antes.

―¿Ah? ¿De qué cosa?

―¡Te envié un mensaje y nada! No has aparecido en toda la semana ―masculla ofendido. A todo esto, él todavía no arrancó su auto, pero si prendió la calefacción.

―No, me dijiste que tenías ganas de que alguien apareciera en tu puerta con un chocolate. Así que compré tu favorito y se lo di a Austin para que te lo entregue ―respondo sin encontrar el sentido de la conversación.

―Sí, y Austin si me lo entregó... ¡Pero se lo comió después porque a los enfermos supuestamente les hace mal! El punto es que no quería el chocolate, bueno sí, me encantan los chocolates. Pero lo que quería es que tú toques a mi puerta y me visites con el chocolate, está por demás decirlo.

¿Un corazón puede derretirse, volver a su estado sólido para luego volver a derretirse?

―¿En serio? ¿Querías que yo vaya a verte? ―pregunté con ilusión.

―Te extrañé, es obvio que quería que me visitaras. Eres mi amiga, la mejor que he tenido.

¿Un corazón puede volver a su estado sólido para romperse nuevamente?

―Sí, no me di cuenta. A veces soy muy distraída.

―Lo sé ―respondió con una sonrisa que me dieron ganas de borrársela de una trompada―. No me habrás cambiado por alguien, ¿no? Ni respondías los mensajes...

―Es verdad, si no te escribí es porque mi celular está casi muerto y se reinicia a cada rato, ya no me sirve y apenas puedo leer mensajes ―Le conté―. No encontré a nadie que me regalara galletas. Así que seguís con tu puesto por ahora ―bromeo.

―Supongo... que me alegro. Ahora cuéntame, ¿qué ha sido de tu semana?

Di un gran suspiro y proseguí a contarle acerca de mi semana en su ausencia.

Los versos de CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora