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Es sábado. El aire es fresco y el cielo, despejado, promete una hermosa noche.

Okarun e Itsuki han acordado verse un poco antes de la inauguración del museo.

​Itsuki lleva a Okarun a un pequeño santuario oculto en una colina cercana, un lugar que ella conocía bien de sus exploraciones de líneas ley. Un lugar que nadie más que ella y su abuela conocían.

Era la primera vez que decidía llevar  a alguien más a un lugar tan secreto y especial.

La vista del atardecer sobre la ciudad es impresionante. Itsuki está vestida con un vestido negro, sencillo pero elegante, su cabello peinado con una media coleta, lo que la hace parecer aún más vulnerable.

Okarun, con su ropa habitual, se siente un poco abrumado por la belleza del lugar y la inusual solemnidad de Itsuki.

​—Itsuki-san... este lugar es... hermoso. No lo conocía —menciona conmovido.

​La voz de Itsuki es suave, sus ojos fijos en el horizonte, donde el sol se despide. Hay una melancolía en su tono que Okarun nunca había escuchado. La brisa que entra al lugar mueve el cabello que adorna el rostro de Itsuki.

—Es un punto de confluencia de ki. Un lugar de equilibrio —explica, lentamente— Mi familia... los Kagemiya... siempre hemos tenido la tarea de mantener este equilibrio. De eso se trata todo.

​Ella se sentó en un banco de piedra antiguo, invitando a Okarun a sentarse a su lado. Él lo hace, sintiendo la tensión en el aire.

​Itsuki suspira, una pequeña nube de aliento en el aire fresco. Comienza a hablar de su pasado, algo que nunca había hecho con nadie.

—Desde muy pequeña, mi entrenamiento fue exhaustivo. Se nos enseñó que las emociones son... desestabilizadoras. Que para mantener el equilibrio del mundo espiritual, debíamos mantener nuestro propio equilibrio interno. La ira, el miedo, la tristeza... y especialmente —su voz se quiebra ligeramente— ...el apego. El amor. Todo eso debía ser... contenido. Reprimido. Para que nuestro ki fuera puro y nuestra mente, clara.

​Okarun la escucha, conmovido. Se da cuenta de la inmensa carga que Itsuki ha llevado toda su vida. Siente una profunda admiración por su fortaleza, pero también una tristeza por la soledad que debió haber sentido. Por un momento, olvida absolutamente todo.

—Itsuki-san... eso... eso suena muy difícil —su voz es suave, llena de empatía—. Nadie debería tener que ocultar lo que siente. Las emociones... son parte de nosotros. Son lo que nos hace humanos.

​Itsuki lo mira, y en sus ojos hay una gratitud profunda, una chispa de esperanza que él mismo le ha encendido.

—Lo sé. Ahora lo sé. Tú... me lo enseñaste. Me hiciste ver... que hay valor en sentir. Incluso si es —vuelve a dudar— ...complicado.

​Ella se siente un poco mejor, las palabras de Okarun son un bálsamo para su alma herida.

La determinación que tomó aquella noche se fortalece. Han compartido un momento de profunda intimidad.

El plan sigue en pie.

​Minutos después, llegan al flamante Museo de Fenómenos Alienígenas Interdimensionales. La inauguración está en pleno apogeo, con luces brillantes y extraños artefactos flotantes.

Okarun está fascinado, con los ojos muy abiertos, señalando exposiciones y haciendo preguntas. Itsuki, a su lado, se muestra más abierta, sonriendo con sus chistes y explicando los conceptos detrás de las exhibiciones. ​Se detienen frente a una impresionante exhibición holográfica de una constelación distante.

DanDaDan ?Where stories live. Discover now