En los majestuosos terrenos del "Luminis Imperium", donde la autoridad del Rey Magnus IV se extiende, florece la historia de Isabella Munoz III. Su padre, el rey, anhela un matrimonio que fortalezca la historia de su linaje.
En el reino vecino de "R...
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Y ahí estaban. Frente a frente, los tres reacios a ceder.
— Gracias, mi reina. Por aceptar nuestra visita, una vez más — hablo Humberto a la reina. Fingida educación departe del anciano, ya que muy dentro de él venía dispuesto a lo que sea.
— No es nada. Después de todo, es deber de la reina atender a su pueblo, ¿no es así? — dijo de manera engreída.
— "Eso es lo correcto, si tan siquiera cumpliera con ese papel..." — se dijo Humberto mentalmente y con ironía.
Sin embargo, optó por responder de distinta manera:
— Es correcto, su majestad — "alago" el hombre.
Pedro notó él simulado sarcasmo en el consejero, por tanto, y para impedir una confrontación, mejor continuó diciendo:
— Mi señora; por última vez en este año, queremos que reconsidere nuestras peticiones — dijo de manera amable. Intentando llevar las cosas con más calma, después de todo, María era una mujer de cuidado, guiada nada más por sus impulsos y no por su razón.
— ¿Y cuáles serán estas peticiones? — preguntó la "reina" de manera distraída. Preocupada nada más por su apariencia física que por los problemas del reino. Así que tomó un espejo y empezó a admirarse en el, haciendo que la irá en el anciano Humberto creciera más y más.
Pedro, como conocedor de lo que podría llegar a ser su compañero de trabajo, lo tomó del brazo e impidió que este dijera algo que los comprometiera a ambos.
— Las peticiones, mi soberana, siguen siendo las mismas. Deseamos que la reina devuelva las tierras a sus antiguos dueños y deje que ellos se encarguen del comercio del reino. Cumpliendo deberes con la corona como antes lo hacían.
Con esto, Pedro intentó explicarle a la soberana como es que se manejaban las cosas antiguamente. Cada familia tenía tierras para cultivar y cosechar, tierras que sí pertenecían a la corona, pero que eran compartidas entre los reyes y el pueblo. De esta manera ambos se beneficiaban de las ganancias dejadas por los productos vendidos.
Pero María quería todo para si, por ende, las ganancias pasaban a la corona dejando al pueblo sin ningún centavo.
— Y yo que pensaba haber sido lo suficientemente clara en las ocasiones anteriores — les respondió — No se devolverá absolutamente nada a esa gente. Son mis tierras y yo veré que hacer con ellas.
— ¡Pero el pueblo muere de hambre! — le recriminó Humberto sin poder contener sus palabras — ¡Es deber de la corona responder por ellos!