CAPÍTULO VEINTIUNO

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"Cuando se ama a una persona se la ama tal como es, aunque no sea como uno quisiera que fuese".

León Tolstói , Anna Karénina.


A la mañana siguiente llegó Santiago al local, entró gritando, lo cual me dejó algo aturdida. Estaba completamente sola, Federico no llegaba todavía. Yo acomodaba unas galletas que acaba de hornear en la vitrina y en los altavoces sonaba una canción de Laura Pausini.

―Martina me llamó ayer, culpándome de lo que pasó entre tú y César. ¿Puedes explicarme que fue lo que sucedió?

―Le dije a César que no.

― ¿Por qué?

―Me di cuenta que él no es el hombre con el que quiero compartir mi vida.

―Sé más precisa.

―Él es muy amable y todo, pero no es la persona que me apoyaría en mis sueños y yo quiero que quien sea mi pareja me apoye en todo momento.

Él me miró fijamente.

―Creo que tomaste la decisión correcta, pero sigo sin entender por qué Martina me culpa de ello

―César cree que sigo enamorada de ti.

Él soltó una carcajada.

―Se equivocó de persona. De quien estás enamorada es...

Entonces entró Federico al local.

―Espero que esa persona sea la misma que yo estoy pensando―lo interrumpió― porque si no me sentiré traicionado―sonrió.

Santiago nos miró confundido.

― ¿Me perdí de algo?

―Cariño―lo tomó del hombro ―si tú fuiste el responsable. Tú eres quien nos dejó encerrados ayudando a que esto pasara.

― ¿Entonces funcionó mi plan? ―admitió que todo fue una trampa de él.

Asentimos.

―Pero no puedo evitar sentirme culpable―comenté.

―Yo también me siento igual―expresó Federico.

―No tienen por qué sentirse culpables. Se quieren y es mejor estar con alguien a quien amas a pasar el resto de tu vida o gran parte con alguien que no te hace sentir ni mariposas en el estómago o paz cuando estás con ella.

Federico y yo nos miramos.

―Podríamos esperar un tiempo―dije

―Creo que yo puedo ayudar con eso―intervino Santiago―Si quieren salir en público, podemos salir los tres juntos, así los demás pensaran que nosotros te estamos ayudando a pasar página de lo de Cesar, pero estarás en una cita con Federico sin que los demás sepan.

―O seguirán pensando que sigo enamorada de ti―solté una respiración sostenida―Pero ¿sabes qué? Estoy cansada de siempre tener que esconder lo que siento o quien soy―miré a Federico―Si vamos a hacer esto, no va ser a escondidas. Me siento mal por César, culpable en cierto sentido, por no decirle antes como me sentía, pero la verdad es que él no es el hombre que esperaba que fuera, él no me apoyaría en mis sueños, porque no los entiende, pero tú sí.

Él sonrió.

―Y por qué será. Si los dos son tal para cual―mi mejor amigo soltó una carcajada.

― ¡SANTIAGO! ―gritamos a unísono

―Dios, ya son toda una pareja, ya hasta gritan al mismo tiempo sin siquiera ponerse de acuerdo y eso que apenas van comenzando.

Negué con la cabeza y Federico soltó una carcajada.

―Bien, saldremos sin importar que digan los demás. Al final, quienes en verdad importan somos nosotros y como nos sentimos juntos―sonrió. Se acercó a mí, me tomó entre sus brazos, colocando sus manos en mi cintura y me besó, está vez se sintió completamente diferente. Fue un beso lleno de esperanza, pasé mis manos detrás de su cuello y jugué con su cabello. Me acercó más a él. Por un momento nos olvidamos del mundo y que Santiago estaba ahí, hasta que carraspeó. Los dos reímos.

―Creo que mejor me voy, soy el mal tercio aquí.

―Claro que no lo eres――Volteó Federico a mirarlo.

―Eres nuestra Celestina―sonreí.

―Me voy. Los veo luego―salió del local sin decir más.

Eran casi finales de Octubre y teníamos que adornar el local con temática alusiva a día de muertos. Saqué de la bodega algunas cosas que había comprado para adornar el local y otras cosas que guardé del año pasado. Ese día llegué temprano, para comenzar a adornar. El día anterior le pedí a Federico que me ayudará a mover algunas mesas para poner el altar de muertos ahí. Saqué cajas de madera para usarlas como base para el altar, lo cubrí con tela blanca, papel de colores. Coloqué florero con algunas flores de cempasúchil, botellas con agua, una foto de ellos, pan de muerto, veladoras. Calaveritas de azúcar, algunas de sus frutas favoritas. Imágenes alusivas, como calaveritas de papel con poses graciosas. Decidí dejarlo así, y continuar después. Acomodé las mesas y las limpié. Coloqué los libros en su lugar, limpié la barra. Vi la hora en mi celular y casi era hora de abrir. Quité el seguro de la puerta para que entraran los clientes, como estaba sola decidí continuar con el altar. Fui a la bodega por otra caja donde estaban los objetos que pondría en él. Los libros favoritos de mis padres, flores de papel que hice para poner en el altar. Ni siquiera escuché cuando entró Federico. Estaba parada frente al altar mirándolo anonadada, con detenimiento para ver que podía cambiar de posición para que se mirará mejor.

―Es bellísimo―dijo Federico en mi oído, seguido de un beso en la mejilla.

―Siento que le falta algo.

―Es perfecto.

―Gracias―sonreí―pero sigo pensando lo mismo.

―Yo opino que es perfecto, pero no sé. Lo que sí puedo darte es el siguiente consejo, déjalo así, reposa, vuélvelo a ver después y ahí obtendrás la respuesta.

Lo miré fijamente, no creía que me hubiera dado un buen consejo.

―Señor Techera, es un buen consejo

―Es algo que siempre aplico en mi vida.

Sonreí.

―Es bueno saberlo.

En la tarde, cuando Marian llegó, miró el altar, sonrió y me preguntó

― ¿No les pondrás tequila a tus papás?

―Gracias, Marian―comentó Federico

― ¿Por qué? ―preguntó algo confundida.

―Tiene todo el día pensando en que le faltaba a su altar y tú le acabas de decir―sonrió el uruguayo.

Ella sonrió, la hizo sentir importante.

―Saliendo iré a comprarla―expresé.


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