Capitulo 2 | Parte 2

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Al salir, el calor sofocante de la calle los regresó a la realidad. El hambre hizo que sus panzas gruñeran al mismo tiempo. Se detuvieron en un puesto de hamburguesas, Luis Arriaga pidió una sencilla y sin cebolla y Raquel Campa una orden de papas fritas. Las comieron rápidamente en silencio, Luis Arriaga se ofreció a pagar con el resto del dinero que le quedaba, ella no objeto. Pago la cuenta, y su dinero se había esfumado. Caminaron por el mismo camino por donde llegaron. Era el tiempo de comer en las oficinas, los trabajadores salían expulsados de los edificios y se dispersaban entre los comedores cercanos. En mitad de una calle estaba un músico tocando una guitarra, era una canción vieja y desamparada. La manifestación seguía donde mismo, solo que para ese momento más personas se les habían unido: marchaban aun en círculos, pareciendo que toda su vida hubieran estado en ese mismo lugar, pisando el mismo camino. El perro ciego y el señor ya no estaban sentados sobre la banca de piedra, habían desaparecido. 

Raquel Campa no se percató de nada de eso, estaba contándole sobre su semana en la escuela; presentó un examen el cual tenía el presentimiento que fallaria, y como había discutido con una compañera sobre un tema tan trivial que al poco tiempo olvidaron la discusión y lo único que les molestaba era el orgullo de cada una para no pedir perdón.

-¿Y por qué no le pides perdón ? - preguntó Luis Arriaga.

-No entiendes nada - le contestó con esa mirada fría y súbita que congelaba el alma.

El sol descendía, la frescura dispersa de la noche comenzaba a avanzar entre las calles activas. Un ligero olor a otoño se percibió en el aire, las luces públicas se encendieron todas al mismo tiempo en un parpadeo. Los ruidos de los coches, los gritos de los peatones, el caos común del día se difuminaba detrás de ellos conforme se alejaban de la ciudad y se acercaban a los suburbios.

Luis Arriaga la invitó a escuchar los discos con él sentados en el árbol, ella se negó diciendo que ya era tarde y probablemente sus padres ya estaban en casa. Se despidieron con un apretón de manos, Luis Arriaga se quedó en el umbral de su entrada viendo como Raquel Campa se dirigía a su casa y era recibida por el entusiasmo de Francisco. Se volvieron a despedir y los dos entraron cada quien a sus hogares. Dentro había el mismo calor sofocado que de la calle, de la cocina provenía el olor de carne en la sartén. En la sala estaba su papá leyendo el periodico. Luis Arriga le enseñó los discos que acababa de comprar, su padre los tomó viendo cada uno con una mirada juzgante. No hizo ningún comentario y se los entregó. Desde que se habían cambiado a ese nuevo hogar, su padre se mostraba distante ante situaciones donde antes desplegaba un interés. ̈ Es el estrés del nuevo trabajo ̈, le decía su madre. Distante, seco, irritable, de un muy mal humor todo el tiempo, así veía Luis Arriaga a su padre en esos momentos, y aunque nunca estaba en la casa, cuando estaba convivia lo indispensable con él. 

-Los acabo de comprar - le dijo mendigando algún comentario.

-Son muy viejos para tu edad - le respondió su padre, regresando su mirada a la atención del periodico.

Luis Arriaga tomó de regreso los CDs. Sonrió a su padre sin que él lo viera y fue a la cocina. Ahí estaba su madre con un cuchillo en la mano, rebanando zanahorias. El olor de la comida era exquisito, y se había arrepentido de haber comido esa hamburguesa insípida en la tarde.

-¿Dónde estuviste todo el día? - le preguntó su madre, mientras ponía los pedazos de zanahoria sobre la sartén caliente con mantequilla.

-Fui a comprar discos con Raquel.

Luis Arriaga ya le había comentado a su madre sobre su amistad con Raquel. La primera pregunta indiscreta que tuvo la madre fue sobre la situación sentimental de los dos. 

-¿Es tu novia? - le había preguntado emocionada. 

-Solo somos amigos - arrepentido de haberle contado.

Una Corta Balada Llamada Vida.Where stories live. Discover now