Capitulo 1 | Los primeros días.

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A los quince años su vida cambió para siempre.

Su padre fue transferido por la empresa donde trabajaba a una nueva ciudad. Lo que significaba que debían mudarse una vez más en menos de tres años. A Luis Arriaga no le importó la mudanza, de hecho le entusiasmaba cambiarse de hogar, poder comenzar una nueva vida.
No era un niño muy popular, su timidez le impedía poder formar amistades. La presión de la ansiedad de hacer amigos, lo privaba de la oportunidad de intentar formar alguna amistad. Su vida después de la escuela era solitaria; constaba de jugar videojuegos en su consola de nintendo después de terminar la tarea, o leer el libro que su padre le obligaba leer al mes, y que al terminar le pagaba con veinte pesos que Luis Arriaga gastaba en chocolates hershey en la tienda de la esquina. Esta motivación azucarada lo hacía leer más de un libro al mes, y con el tiempo dejó de pedir los veinte pesos y comenzó a leer por el puro gusto de hacerlo. Por lo tanto, su solitaria y antisocial vida le permitían cambiar de hogar sin ningún problema, ninguna atadura que lo hiciera sufrir por su partida. Sin embargo, su hermano Raul Arriaga era un caso completamente diferente. El era cinco años mayor que su hermano. Tenía una vida social ocupada por completo; entre actividades deportivas, eventos sociales, competencias académicas, y una infinidad de amigos. El hecho de un nuevo inicio de vida para él no era algo que le agradaba para nada. Desde el momento que su padre le informó de su transferencia Raul Arriaga se mostró irritado, pero sabiendo que su opinión de la situación no influiría en la decisión de su padre. El decidió optar por un modo de protesta que al principio parecio inofensivo pero después de unos días se notó con mayor fuerza que cualquier agresión. Un voto autoproclamado de silencio, ninguna palabra salía por su boca, y para comunicar lo poco que quería decir usaba solo una libreta. La ausencia de su voz torturaba a su madre en el corazón. Fueron cientos los intentos inútiles para conseguir que hablara, pero él se negaba a ceder.

-Es un hermoso día - dijo su madre, mientras admiraba por la ventana un campo de manzanos -. Ya verán que les encantará esta nueva ciudad, tendrán muchos nuevos amigos.

Luis Arriaga escuchó a su madre, sabiendo que esas palabras estaban específicamente dirigidas a su hermano. Volteo su mirada hacia el asiento donde estaba sentado el, Raul Arriaga miraba por la ventana como los árboles pasaban con velocidad dejando solo la sombras de sus presencias. Luis Arriaga se quedó mirándolo, imaginando qué es lo que estaba pensando en ese momento. Después un escalofrío recorrió su cuerpo al darse cuenta que para donde iba, su nuevo hogar, no sería diferente al anterior, seguiría siendo el mismo chico tímido y sin amigos. 

Aquella sensación desapareció momentáneamente al llegar a su nuevo hogar. Era visiblemente más grande que el anterior; tenía una desgastada pintura azul que la diferenciaba de las demás casas del vecindario que tienen como color predilecto el blanco, también la casa tenía una cantidad casi absurda de ventanas y escalones innecesarios. 

-¡Les tengo una sorpresa! - exclamó su madre - Ya no dormirán en una habitación, cada uno tendrá la suya propia.

Esa sorpresa produjo una sonrisa involuntaria en el rostro de Raúl Arriaga, su madre la noto y no pudo evitar sonreír con una sonrisa aún más grande. Raúl y su hermano se vieron mutuamente. El hecho de ya no compartir habitación era un gran logro para los dos. Si bien, al principio cuando aún eran unos niños pequeños, el compartir la habitación significaba más como una aventura; el crear fuertes con las almohadas y sábanas, desvelarse juntos jugando videojuegos, saltar de cama en cama imaginando que el suelo es un precipicio, y la seguridad que otorga el dormir a unos metros de otra persona que se quiere. Todo esto se fue esfumando al crecer y al necesitar la privacidad que uno merece al ser adolescente. La incomodidad de dormir junto a tu hermano, y no tener la libertad de hacer lo que te plazca, sin el temor de despertar al otro o con el pendiente de ser descubierto ante el odio que se hacía sordo del hermano, era algo que silenciosamente les afectaba a los dos, pero que nunca se mencionaron para no incomodarse mutuamente. Pero ahora ya no sufrirán por esto, ahora tendrán una habitación para ellos solos, donde podrían hacer lo que quisieran. La habitación de Luis Arriaga quedaba subiendo las escaleras del segundo piso y dando vuelta a la derecha. Estaba solamente separado de la habitación de su hermano por un baño compartido, lo suficientemente lejos para que cada uno disfrutara su reinado particular.
Aun así, los dos primeros días la familia durmió sobre sábanas en la sala, ya que por un error del camión de la mudanza todos sus pertenencias materiales se demorarían en llegar. Esto no les importó a los hermanos, lo vieron como una despedida a todos los años en los que durmieron en la misma habitación. Al tercer día los muebles llegaron, su padre no quiso pagar una tarifa extra para que metieran las pertenencias, y que con una simple frase de ingenio sin fundamento fulmino el comentario de la esposa de que era una avaro.

Una Corta Balada Llamada Vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora