Bajo el mar: Enzo x Francisco

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Enzo no le temia a nada, o al menos, eso creía.
Navegaba desde niño, acompañando en las travesías a su padrastro, y ahora, de grande, tenia su propia embarcación.
Era pequeña, solo entraban él y unos cuatro pescadores, pero la habia conseguido después de años de trabajo y esfuerzo, y ese barco pesquero era por mucho, su más grande orgullo.

Zarpaban desde las costas de la ciudad, y hondaban en el océano por aproximadamente dos o tres semanas, dependiendo de la temporada en las que estaban.
Si eran épocas de invierno, lo más probable es que el barco no se adentrata tanto, bastaba con navegar a pocos kilómetros de las costas, pues los peces de mayor importancia se encontraban allí.
El barco anclaba y bajaba la red, y al cabo de pocos días ya tenían la suficiente carga para volver al puerto y comercializar.

Ahora, si se trataba de épocas primaverales o veraniegas, como la que estaba azotando la ciudad en esos momentos, la embarcación debía profundizar e ir más allá del horizonte, navegar en aguas profundas y en muchas ocasiones, misteriosas, para poder dar con los peces de mejor valor, los importantes.

En eso estaban, todo iba bastante bien, llevaban ya un buen motín y estaban listos para marcharse a no ser por un pequeño, y en realidad, gigante problema: el ego de Enzo.

Él no era el único capitán de una embarcación pesquera en la ciudad, tenía mucha competencia, así que lejos de querer irse, les ordenó a todos seguir, buscar, navegar, encontrar especies de peces más importantes, omitiendo completamente dos cosas:
Una de ellas, era la increíble tormenta que se estaba arremolinando sobre sus cabezas.
Y la otra, era que el barco se estaba alejando muchisimo más de lo planeado, rompiendo con la hoja de ruta, perdiendose lentamente en altamar.

Cuando la tormenta ya estaba sobre ellos y las olas parecían ser cada vez más y más groseramente enormes, Enzo comenzó a sentir pánico.
Sujeto el collar que su padrastro le habia regalado de niño y que llevaba ahora como un amuleto de la buena suerte, se trataba de una madera tallada a mano, con una pequeña joya roja incrustada en ella, que a simple vista parecia ser una mitad de corazón.
La apretó entre sus manos y la siguió apretando, incluso cuando la ola más gigantesca que haya visto jamás, finalmente arremetió contra ellos, partiendo el barco a la mitad, y haciendolos hundirse irremediablemente.

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Sus ojos agotados, comenzaron a abrirse despacio.
Le dolían absolutamente todos los músculos del cuerpo, sentia un calor húmedo, nauseabundo.
Intentó incorporarse, pero le costaba demasiado esfuerzo, el dolor era bastante intenso.

Su mirada comenzó entonces a pasear por el lugar.

Era de dia, sin dudas cerca del mediodía o primeras horas de la tarde, porque el sol quemaba realmente.
Estaba en una isla o algo así, porque habia una costa en donde las olas del océano llegaban y se rompian, en los medanos y rocas de allí.
Habian algunas palmeras muy altas y alguna vegetación más, y al parecer estaba completamente solo, porque aunque se esforzaba por mirar al menos de lejos, no habian rastros del barco ni de la tripulación.

—oh, estás despierto— le dijo una voz completamente ajena.

Venía de atrás, como desde el agua, aunque se escuchaba bastante cerca.
Enzo giró su cabeza lo que mejor pudo y entonces lo vio.

Era un chico, bastante joven y lindo, se lo notaba fresco.
Parecia algo rubio o tal vez ese era el efecto que hacia el sol con su pelo.
Tenia unos ojos realmente grandes y verdes, vivaces, que lo observaban con alivio, como si hubiese estado esperando que él despierte durante mucho tiempo.

—...hola— dijo, sintiendo sangre en su garganta.

—hola, ¿como te sentís?— preguntó el extraño joven, sentado en una roca de la costa.

Un puñado de papel con palabras Where stories live. Discover now