—No hubo drogas—explicó Jong-hyun, sonando un poco consternado.

—Hubo "algo" —contradijo Kook —. Lo pusiste en los braseros.

—Eso es chalis, un divertimento refinado. No hay nada siniestro en ello. El Príncipe sugirió que podría ayudar a relajarte en los baños.

— ¿Y el Príncipe también sugirió la cantidad? —preguntó Kook.

—Sí —explicó Jong-hyun—. Más de lo usual puesto que eres bastante grande. No había pensado en ello. Tienes cabeza para los detalles.

—Sí, estoy aprendiendo a tenerla —confirmó Kook.

Pensó que sería lo mismo que el día anterior: que lo llevarían a los baños para prepararlo para una nueva sorpresa grotesca. Pero todo lo que sucedió fue que los tratantes lo bañaron, lo devolvieron a su habitación, y le llevaron el almuerzo en una bandeja. El baño fue más agradable de lo que había sido el día anterior. Nada de "chalis" y sin manipulación intrusiva de la intimidad; además, se le dio un masaje corporal de lujo, se comprobó su hombro por cualquier signo de tensión o lesión, y sus persistentes cardenales fueron tratados con mucho cuidado.

Cuando el día se desvaneció y no ocurrió nada en absoluto, Kook se dio cuenta de que sentía una sensación de contrariedad, casi de decepción, que era absurda. Era mejor pasar el día aburrido entre cojines de seda que pasarlo en la palestra. Quizá solo quería otra oportunidad de golpear contra algo. Preferiblemente contra un "principito" impertinente de pelo rubio.

Nada ocurrió tampoco en el segundo día, ni en el tercero, ni en el cuarto, o el quinto.

El paso del tiempo dentro de aquella exquisita prisión se convirtió en su propio calvario; lo único que interrumpía la rutina diaria eran las comidas y el baño matinal.

Utilizó el tiempo para aprender todo lo que pudo. El cambio de guardia en su puerta se realizaba de manera intencionadamente irregular. Los guardias ya no se comportaban con él como si fuera un mueble, y pudo conocer varios de sus nombres; la pelea en la arena había cambiado algo. Nadie rompía la orden de entrar en su habitación si no estaba autorizado, pero una o dos veces, uno de los hombres más tratables le habló un poco; sin embargo, los intercambios fueron breves. Unas pocas palabras aquí y allá. Era algo con que lo que tenía que tratar.

Era atendido por sirvientes que proporcionaban sus comidas, vaciaban la olla de cobre, encendían antorchas, apagaban antorchas, ahuecaban cojines, los cambiaban, fregaban el suelo, aireaban la habitación, pero era, hasta ahora, imposible construir una relación con ninguno de ellos. Eran más obedientes a la orden de no hablar con él que los guardias. O tenían más miedo de Kook. Una vez, había conseguido un asustado contacto visual y un rubor. Aquello había sucedido cuando Kook, sentado con una rodilla levantada y la cabeza apoyada contra la pared, se había apiadado del sirviente animándolo a que hiciera su trabajo, diciéndole mientras atravesaba la puerta:

—Está bien. La cadena es muy fuerte.

Los intentos que hizo para obtener información de Jong-hyun fueron frustrados al encontrar solo resistencia y una serie de charlas condescendientes.

«Govart», explicó Jong-hyun, «no era un matón autorizado por la realeza. ¿De dónde Kook había sacado esa idea? El Regente mantenía a Govart empleado por algún tipo de obligación, posiblemente, debida a la familia de Govart. ¿Por qué Kook estaba preguntando por Govart?

¿Tenía que recordarle que él estaba allí solo para hacer lo que le dijeran? No había necesidad de hacer preguntas. No había necesidad de preocuparse por lo que pasaba en el palacio. Debía sacar todo de su cabeza, excepto la idea de complacer al Príncipe, que, en diez meses, sería rey».

Cautivo "KookV"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora