Capítulo 12: Necesidades

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— ¡Ah, sí! ¡Ya me acordé! Es un pastel grande de chocolate— respondió finalmente ella.

— ¿Estas segura, Cleo?—insistió Ethan

—Sí, lo estoy— le dije con una sonrisa. —Y aparte de eso, creo que tal vez nos lo traigan a medias —

— ¿Por qué dices eso, hermana? — preguntó Rick curioso, a mi aclaración

—Porque esos dos, ¡son muy golosos con los dulces! — respondió Joel

—Sí, eso es muy pero muy cierto— añadió Ethan, haciendo un sonido cómico al terminar de decir muy pero muy, mientras tragaba su ensalada

Los miré un momento, a todos, desde el principio hasta el final, inhale suavemente y me fui a la casa. Entre por una de las ventanas corredizas, se sentía un poco rara la casa con todos los muchachos afuera, coloque el vaso vacío de limonada en el fregadero y me dirigí directo a mi habitación. Subí las escaleras y escuchaba las puntas de mis botas otra vez en la madera de los escalones, sin darme cuenta ya estaba en mi habitación, al entrar sol me dirigí a la cama me tire sobre ella, estaba fría; se sentía bien, me quite mis botas y más nada, me acurruque sobre una almohada de la cama. Por una extraña razón sentía que Vanessa estaba haciendo algo en este momento, pero no sabía que era, además me preocupaba cuánto más podría ocultar mi embarazo a los ojos de mis amigos y familia y si empezaría a notar los cambios en mi cuerpo. De repente sentí algo tibio en mi abdomen, puse mis manos en el sitio de ese calor tibio, y me di cuenta que las niñas podían comprender mis emociones con los sentimientos de mi cuerpo y que cambiaban la temperatura de mi vientre para decirme que no estaba sola en mi preocupación. Empecé a sobar mi abdomen tibio y comencé a tararear una canción de cuna que mi madre nos cantaba, sabía dónde están, en lo tibio y en las orillas de mi vientre estaban muy fríos, mientras les cantaba, escuche alguien tocar a mi puerta.

—Adelante —susurré

Al abrirse la puerta de madera chirriante, note un par de sandalias bajas y negras pensé que era Jennifer, pero en realidad se trataba de Vanessa. Me sorprendí al verla, por que como se había ido por algunas horas no la vi y no dijo a donde, pero tal vez al pueblo o a la ciudad cercana.

— ¡Vanessa! —gemí de felicidad

—Hola, Cleo— dijo algo avergonzada. —Perdóname por salir sin decirles, a ti y los chicos—se disculpó

Se acercó a la cama, me acomodé y ella se sentó en la orilla, se veía algo nerviosa y con miedo en su rostro. Sus ojos dulces color canela de esplendor divino, le hice una pequeña sonrisa superficial en mi rostro, como señal de paz para que hablara y desahogara sus temores combinados con sus nervios, le agarré una de sus manos suaves y nos miramos un segundo y nos reímos a la vez, por hablar las dos al mismo tiempo. Fueron risas bajas y discretas en la habitación.

—Cleo, perdóname de nuevo por haberme ido así de la barbacoa— susurró ella en un hilo de voz

—No, no, no tienes porqué disculparte, tú tienes todo el derecho se salir cuando tú quieras y los demás, Vanessa. Además tienes toda la libertad de ir a donde desees, yo solo te di mi sangre, no puedo obligarte hacer lo yo desee y tú puedes tener todo lo que quieres— le sonreí con un tono tranquilizador

—Pero, Cleo, hay algo que yo y Jesse no podemos tener.... —hizo una pausa larga

— ¿Qué es, Vanessa? —le pregunté con curiosidad

—Un bebé, un hijo— me contestó firme y rápido a mi pregunta

Sabía que ella también entendía sobre los embarazos y los riesgos que corremos al concebir un bebé. Vanessa tenía como cualquier mujer que se lo proponga un instinto maternal en su corazón, además si tuviese uno sería como el mejor regalo que te hubiesen dado en tu vida, y yo lo sabía. Pase mi mano por su cabello hasta las orejas, recortado en las puntas. Entonces cambió su expresión de su rostro de amargura y temor, a una llena de júbilo y dicha, lo mostraba en sus ojos canela.

Las Dos Caras de la Luna © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora