Capítulo 4: Amados

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Era un gran fastidio, pensar que tenía que ir al pueblo, buscar una tienda y comprar casi medio local en comida normal. Inhalé profundamente, cerré las cortinas, fui hacia el armario y busque mis botas de cuero negro, me gustaban porque eran acalorados y para este clima eran perfectas. Escudriñe y busque en el armario y los cajones, hasta encontré un abrigo, pero eran de los de mi esposo, estaba un poco sucio y con polvo, era negro como mis botas; era como de piel de cuero a la vista pero al tocarlo solo algodón liso. Tenía el cuello en V y como una cinta o correa en la parte de la cintura, a mí me parecía una túnica negra como una capa de monje o de sacerdote. La miré un tiempo, extendida sobre la cama, suspiré y miré el reloj de la mesa de noche, eran casi las nueve y media. Me apresuré, no dudé en colocarme ese abrigo, lo agarré y me lo puse con rapidez. Olía raro. Abrí la puerta y bajé con prisa, escuchaba como las botas cascaban, el piso de madera, eran como pasos de tac, tac, tac. Me dirigí hacia el garaje para tomar mi auto negro, e ir al pueblo. Cuando llegue noté a Alex terminando con el convertible amarillo de Jennifer, limpiándose las manos con un trapo, cubierto de aceite. Suspirando me dirigí hacia mi auto, pero Alex había desarmado todo el motor, en el piso piezas de metal sucias; otras limpias y algunas con grasa. Miré con desconcierto mi auto y casi con la boca abierta el ver el mío hecho pedazos en el piso del garaje. Grité su nombre y apareció como si nada. Me moleste y le exigí por lo de mi auto. Alex se encogió en hombros, diciéndome que debía revisarlo y eso no me animó, en absoluto. Y expliqué el por qué y me sonrió; me arrojó las llaves del convertible de Jennifer.

Me las lanzó. Salté de una vez en el convertible amarillo de Jennifer, me coloque en el asiento del conductor, subí el techo. Puse las llaves en el encendido del auto, arrancó feroz el motor. Me puse el cinturón, puse el retroceso y salí del garaje. A acomode derecho el auto, Alex me saludaba desde el garaje, arregle el espejo retrovisor y los otros dos espejos de los lados. Me fui en marcha, miré el camino de grava, escuchaba como las ruedas y el suelo crujían juntos, verifique de izquierda a derecha, no percibí autos. Seguí y agarré la izquierda, acelere un poco, conduje con cuidado porque el camino estaba un poco húmedo. Había algo de rocío, vi como los arbustos y pinos se habían cubierto con él. Conduje un poco más a prisa, miré con detenimiento las señales de tráfico o cualquier obstáculo. Duré diez minutos en entrar en el puente que conectaba mi hogar con el resto del pueblo, no había nadie, excepto una patrulla de la policía local. Había algunos problemas con varios conductores de la zona y de afuera, así que la policía puso una o dos patrullas en cada entrada y salida del pueblo. Diferencié que había solo un oficial parado, cerca de unos conos naranjas para señalar dónde hay que colocarse. Estaba sola, no existía nadie por detrás ni adelante, y la vía contraria estaba vacía. Reduje la velocidad, el oficial era un hombre un poco mayor, tenía varias canas gris en el cabello marrón, la mandíbula firme y los pies puestos en el suelo firme, cargaba un arma negra y brillante de un lado de su cinturón. Pase con cuidado, había algo de nieve, pero no mucho en el puente, seguí y baje la ventanilla un poco, y avancé hasta el oficial. Se notaba serio, me miró un segundo. Agarré el volante con mis manos, que parecía que se iba a romper, continúe prudente. Subí el vidrio oscuro del convertible, continué recorriendo el puente, seguí con el camino hasta que llegué al pueblo. Se veía poca gente, era normal, hacía frío y la mayoría no salía hasta las doce del mediodía. Avancé por el asfalto negro de la calle principal, observando varias tiendas estaban abiertas; la floristería, Buds & Flowers, la carnicería de la familia Green, la Ferretería de Michael Corbett, Veronica's Passion y otras pocas más.

>>> Espero que hayan abierto temprano hoy<<<, pensé soltando un suspiró

Tenía que estar abierta, solo en este pueblo hay tres tiendas, una de ellas tenía que estar abierta. Seguí hasta casi el final del asfalto, hasta encontrar en la que trabajaba Jesse, estaba abierta. Había varias personas en la tienda, una madre y su bebé, un señor mayor con su bastón de madera, hasta donde pude ver. Estacioné el convertible cerca de la tienda, abrí la puerta, me arreglé el abrigo y caminé hacia la tienda. Hacía un poco de frío, continué y me arregle el pelo rubí con las manos, entre los dedos calientes. Entré a la tienda, por la puerta de cristal con su pequeña campana, tenía un tapete en la entrada que decía "Bienvenido", de color negra sus letras y amarillo oscuro de fondo. Lentamente, caminé hacia los carritos, agarré uno de la fila y comencé a examinar los corredores del local.

Las Dos Caras de la Luna © ✓Where stories live. Discover now